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De la fama de la oximiel arranca aquel refrán que dice:
 
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Estos mentados son los preparados de miel más simples y más antiguos. Pero fueron infinitos los que se elaboraron con ella cuando el azúcar era de uso mucho más restringido que en la actualidad. Después vino gran diversidad de jarabes, y nació el verbo frecuentativo jarabear, que después pasó a reflexivo, jarabearse, porque no hacía falta el facultativo para tomarse el jarabe... hasta que también los jarabes fueron pasando de moda.
 
Estos mentados son los preparados de miel más simples y más antiguos. Pero fueron infinitos los que se elaboraron con ella cuando el azúcar era de uso mucho más restringido que en la actualidad. Después vino gran diversidad de jarabes, y nació el verbo frecuentativo jarabear, que después pasó a reflexivo, jarabearse, porque no hacía falta el facultativo para tomarse el jarabe... hasta que también los jarabes fueron pasando de moda.
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Y si hemos hecho mención de ella es por habernos metido con tanto detalle en estas cosas de las mieles y las abejas; pero la jalea real es ya un producto de naturaleza netamente animal, lo mismo que la cera, y no nos pertenece. Aunque nos vienen todos mezclados en la práctica apícola y aun en aquella sentencia popular que nos dice:
 
Y si hemos hecho mención de ella es por habernos metido con tanto detalle en estas cosas de las mieles y las abejas; pero la jalea real es ya un producto de naturaleza netamente animal, lo mismo que la cera, y no nos pertenece. Aunque nos vienen todos mezclados en la práctica apícola y aun en aquella sentencia popular que nos dice:
  
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Revisión del 21:59 18 dic 2017

La palabra antófitos, de origen griego como todas las de las grandes divisiones del reino vegetal, tomó de aquella lengua el segundo componente -fiton (φυτον), y con ella designamos toda suerte de vegetales capaces de producir flores; porque el primer componente, anto- (άνθος, en griego), significa flor.

Cuando alcanza su máxima complejidad, la flor se compone de cinco verticilos alternativos; entendiendo por verticilo un conjunto de hojitas u otros elementos florales que nacen o parecen nacer a un mismo nivel de la flor.

El verticilo externo es el cáliz, y las hojitas que lo componen se llaman sépalos, que, por lo común, tienen color verde y naturaleza herbácea. El cáliz de la rosa se compone de cinco sépalos libres; el de las flores de la col, de cuatro. Pero, a veces, los sépalos se sueldan entre sí, y forman cálices de una sola pieza; como ocurre en los del clavel, de la salvia, del romero, etc.

El segundo verticilo floral se llama corola, y suele ser lo más vistoso de la flor; sus hojitas reciben el nombre de pétalos, y por lo regular son mayores que los sépalos, y, sobre todo, de colores más llamativos, si no enteramente blancos. En cada flor, el número de pétalos acostumbra ser el mismo que el de los sépalos. Así, las flores de las rosas silvestres o escaramujos tienen cinco pétalos; y las de la col, sólo cuatro. Unos y otros, es decir, los sépalos y los pétalos se disponen de manera que entre cada dos sépalos se sitúa un pétalo; por esto se dice que los verticilos florales son alternativos. Lo mismo que los sépalos, los pétalos también pueden soldarse unos con otros y formar corolas de una sola pieza; como acontece en las de salvia, del romero, de las maravillas, etc.

El tercero y cuarto verticilos florales se componen de estambres, que vienen a representar los órganos masculinos de la flor. En las flores más complejas hay dos verticilos de estambres, uno externo y otro interno, también alternativos. Si los estambres son diez, en total, en este caso hay cinco exteriores y cinco interiores. Pero, a menudo, los estambres forman un solo verticilo. Sea como fuere, el conjunto de ellos constituye el androceo.

Finalmente, en el centro de la flor, se forman los órganos femeninos, que constituyen el rudimento del fruto. Las hojitas, ya muy alteradas, que lo integran, se llaman carpelos u hojitas carpelares, y, todos juntos nos dan el gineceo.

De buenas a primeras, la flor no se complicó hasta tal punto. Hay flores mucho más sencillas, ora por tener un solo sexo, es decir, por faltarles el androceo o el gineceo, ora por carecer de otros verticilos florales. Las flores sin corola se llaman apétalas, y las que carecen de cáliz y corola, desnudas. Las que no tienen estambres o carpelos, unisexuales.

Las flores más simples son las desnudas y unisexuales, esto es, las que sólo tienen estambres o carpelos, sin ninguna cubierta floral. Estas flores caracterizan los antófitos de tipo más primitivo, por ejemplo, los enebros, pinos y abetos.

Salvo raras excepciones, los antófilos son plantas verdes, porque en sus hojas no suele faltar aquel pigmento que da señorío, la clorofila. Cuando la pierden por innecesaria y ocurre la despigmentación, es que los antófitos se han desnaturalizado tomando de otros vegetales las materias básicas para su medro. Pero aunque la vida parasitaria los deprava, no es posible constituir con ellos grupo aparte, como se separan los hongos de las algas, porque conservan muy a las claras la jerarquía alcanzada antes del vituperio. Hubo contactos, hubo tientos, subintró la tentación y cataron los jugos ajenos. Pero a pesar de ello, estos antófitos no perdieron la faz. Y si el dicho catalán, con su poco de malicia, nos asegura que els fiares abans de néixer ja fan mal, no vaya a creerse que alude a los religiosos, sino a las vituperables orobancas sin clorofila, con su aire austero, sus pardos capuchos florales y su vegetar en cuadrilla, castigo del cielo para no pocos guisantes y plantíos de habas, cuyos jugos les van chupando aun antes de asomar a la superficie.

Clorofila. Por filo del medio siglo, hace cabalmente una década, los norteamericanos empezaron su propaganda de la clorofila, que sirvió de base a numerosas especialidades. Por fin, aquellas prácticas primitivas que consisten en aplicar a las heridas ésta o aquella hoja para facilitar la cicatrización, venían a ser reconocidas comp eficaces por la medicina facultativa: la clorofila, decían, es un buen cicatrizante.

Generalmente, la gente campesina no utiliza para ello una hoja cualquiera, sino las que tienen cierta gordura, como las de algunas crasuláceas, y antes de aplicarlas, les quitan la piel, con lo cual se logran dos ventajas, a saber: la de colocar, en contacto con la plaga, una superficie estéril, puesta al descubierto en aquel mismo instante, y la de separar la epidermis, sin clorofila, para que la molla clorofílica de la hoja obre directamente sobre la parte dañada.

Otra virtud de la clorofila es la desodorante. Dos hedores inevitables puede despedir el hombre, ambos muy repugnantes: el de su aliento y el del sudor. Y contra uno y otro se pretende que puede actuar la clorofila cuando se administra por vía bucal. Para contrarrestar la fetidez del aliento se preparan pasta y elixires dentífricos de aplicación local; para combatir el desagrado de ciertos sudores, la clorofila se administra por vía interna.

Como todos los antófitos verdes son capaces de elaborarla, y aun las clorofíceas, cualquier planta florífera puede proporcionárnosla. Willstátter, cuando la estudió a fondo para darnos su fórmula química, la sacó de las espinacas. De ellas se extrae también en la actualidad, cuando precisa obtenerla en grandes cantidades, así como de las ortigas, la alfalfa y otras muchas plantas herbáceas tiernas y de rápido desarrollo, muy verdes, y, de preferencia, lampiñas.

Por vía interna, la clorofila no daña, porque es completamente inocua; y su constitución química fundamental es la misma de la hemoglobina de la sangre, sólo que, en lugar del hierro de ésta, la clorofila tiene magnesio. Pero los núcleos pi- rrólicos de la clorofila, incorporados al organismo humano, si llegan incólumes a su destino, pueden constituir la base de la síntesis hemoglobínica.

Flores. Sólo los antófitos dan flores, generalmente olorosas, porque en ellas se forman esencias. Al tratar de las diversas especies odoríferas, indicaremos la existencia de aquellas esencias y el uso que suele hacerse de las mismas, así como de sus respectivas aguas destiladas, como el aguanafa o agua de azahar, de las flores del naranjo agrio.

Antiguamente, utilizando muchas castas de flores, se sacaba por alquitara la llamada agua de los ángeles. No era, realmente, un remedio, sino un perfume reservado a las damas, pero con el tiempo, y el progreso industrial de la perfumería, se ha ido perdiendo.

Polen. Aquel polvillo, por lo regular de color amarillo o amarillento, contenido en las borlitas o anteras de los estambres, el polen, se ha utilizado también en medicina. Hay dos clases principales de polen: el que se compone de granitos lisos, sueltos y muy ligeros, que el viento, al mover las ramas de las plantas, lo desprende de las anteras y lo arrastra a considerables distancias; y otro polen de granitos viscosos, pegajosos, las más veces con grabaduras y resaltos en la superficie, que el aire no puede desprender ni arrastrar, pero del que los insectos que visitan las flores se cargan a menudo y emplean para sus necesidades.

Desde el punto de vista médico, el polen más importante es el de cubierta lisa y no viscosa, muy ligero, que va por los aires, del cual las plantas respectivas producen grandes cantidades. Su importancia, en este caso, estriba en ciertas manifestaciones morbosas de personas singularmente sensibles al polen de diversas especies de plantas. Son manifestaciones alérgicas, que pueden ser muy diversas; pero entre las más frecuentes se cuentan los fenómenos asmáticos.

En todos estos casos es muy importante llegar a determinar a qué especie de polen es sensible el individuo aquejado de manifestaciones de alergia, para someterlo a tratamientos adecuados, que no sería pertinente detallar aquí. Los estudios del polen, la llamada palinología, constituyen una especialidad actualmente muy importante de la botánica.

Miel. No está vedado a las plantas inferiores, por ejemplo, a las algas, la elaboración de humores azucarados; hay una laminaria, la Laminaria saccharina, con la cual se prepara en China una suerte de confitura llamada chin-chu. Incluso ciertas algas verdes del género Zygnema, que forman filamentos flotantes en las aguas dulces o un poco salobres, producen un mucilago al que acuden las abejas a libarlo.

Pero las verdaderas mieles las producen los antófitos de que vamos a tratar en las páginas siguientes, disueltas en humores muy dulces, que constituyen el néctar. El néctar se acumula en ciertos órganos llamados nectarios, que, las más veces, se hallan en las flores y sus pertenencias. Las abejas liban en ellas el néctar, y lo convierten en miel. La miel la depositan en los panales, naturales o artificiales, de las colmenas.

Las plantas melíferas se benefician de estos bichitos que las visitan, porque, hurgando en sus flores, llevan el polen de unas a otras, y facilitan la polinización y la fructificación subsiguiente. En la era actual de la historia de la Tierra, la gran preponderancia que han alcanzado las plantas conflores sobre las demás se achaca a aquel visiteo incesante de las abejas.

En los libros de farmacología, la miel se suele incluir entre los productos del reino animal; ya Dioscórides nos habló de ella, en el Libro II de su «Materia médica», dedicado a los animales en primer término, y a continuación de la sangre, el estiércol y la orina. Mas, la miel no se compone de sustancias asimiladas por individuos de aquel reino animal. El «Codex» empleó la palabra más adecuada cuando trató de ella; porque la miel, dijo, es un producto fourni por la abeja doméstica, esto es, suministrado por el himenóptero Apis mellifica L., y constituida por diversos azúcares.

Lo que ocurre es que este ganado no nos da el tal producto clasificado según su origen, y, por consiguiente, tampoco los meleros pueden servimos con garantía de procedencia específicamente pura las diversas mieles del país; aunque, por lo general, podrían separarlas según el predominio en cada una del néctar de determinada especie. Por donde se echa de ver que la parte que corresponde al artificio animal en esta elaboración ni siquiera es bastante a unificar el producto, bien diverso por su origen.

En Horta de Terra Alta, ya en la raya de Aragón, hace más de 40 años me hablaron de cierto sacerdote, apicultor de mérito, que llegó a clasificar hasta 70 tipos de mieles; naturalmente, procedentes de manera preponderante de otras tantas especies de plantas. Porque los néctares producidos por las flores difieren de una a otra especie, y las mieles resultan diversas según su origen, ya que las abejas, que sepamos, someten todos los jugos vegetales a las mismas operaciones; y no sólo el néctar, sino el mosto de las uvas más dulces, y aquellas gotitas azucaradas que rezuman de los higos pajareros cabizbajos, y hasta aquel humor meloso que, según se ha dicho, segregan ciertas algas verdes.

Hay tantas clases de mieles como especies de plantas melíferas, ya que no todas lo son; según dice el refrán, la abeja, unas flores escoge, y otras deja. Las de azahar, de tilo, de romero, de esparceta, de gayuba... son excelentes; la miel de los brezos, de color oscuro, se tiene desde tiempo inmemorial por muy inferior; pero aquella miel que las pobres abejas de tierra baja sacan del algarrobo a última hora, cuando el verano está en las últimas, todavía es peor. Y hay mieles que se tienen por tóxicas, procedentes de plantas venenosas, como la del eléboro y la de ciertos rododendros orientales, y aquella miel heracleótica de que nos habla Dioscórides en el cap. 8 del Libro VI, procedente, según él, de los acónitos.

Volviendo al Libro II de Dioscórides, y, más concretamente a Laguna, porque es él quien nos lo cuenta en sus comentarios, las abejas aborrecen los olores hediondos, y como pura pestilencia los rehuyen, y, al contrario, se huelgan con los suaves, por donde suelen ser muy molestas a los que andan olorosos y perfumados. A esta causa, añade Laguna, les plantan cerca de las colmenas tomillo, romero, salvia, corona de rey, poleo, rosas, habas y otras plantas de aqueste jaez, con las cuales suelen deleitarse infinito. Mas, añadiremos nosotros, en ciertas comarcas de Cataluña, como en la de la Selva, en Gerona, donde, por tener tierras sin cal no se dan estos arbustos, también les plantan matas de boj, no por otra cosa sino porque el boj es de las primeras plantas que echa a florecer, aunque no se distingue por lo exquisito de su miel; y porque, así plantado, en la vecindad de los colmenares, durante los días excepcionalmente benignos y soleados del invierno, cuando ellas hacen sus primeras salidas, tengan donde libar.

España es muy rica en mieles, y tiénese por el segundo país apícola del mundo. El número de sus colmenas rebasa con mucho el millón; pero hay quien cree que se podría cuadruplicar.

Cuando el azúcar de caña venía de la India y era golosina excepcionalmente cara, el almíbar de las gentes humildes, y, naturalmente, el más usado por todos, era la miel. Y no sólo en el arte de la pastelería y confitería, para la elaboración de toda suerte de pasteles y confituras; sino también en las boticas, y en el seno de la vida familiar, el uso de la miel era general en la preparación de numerosas fórmulas medicinales, como podrá ver el lector en las noticias que de algunas de ellas le damos en las páginas siguientes.

Aguamiel. Cuando el bueno de Estremera acompañaba a nuestro recolector de plantas, Enrique Gros, como experto conocedor que era de Sierra Tejeda y de otras montañas malagueñas, si la suerte le era propicia y daba con alguna, también se atrevía a castrar colmenas silvestres. A prevención, solía llevar un cubo a la bandolera, y de sonreírle la fortuna era capaz de engullir, a sorbos, hasta medio cubo de miel, con tal de tener agua fresca en que desleírla.

Esta ha sido siempre la manera más simple de preparar la miel: diluirla en agua. Así se obtiene el aguamiel, llamada hidromel en las boticas, que es la mismísima hydromeli (ύδρόμελι) de los griegos, y un remedio antiquísimo.

El aguamiel se puede preparar con tanta miel como se quiera, y resulta muy dulce; o con tan poca, que peque de aguada. Parece que con 100 g de miel y 1 1 de agua está en su punto para las más de las gentes. Y si no fuere así, ya se sabe, o se echa más agua, si la sed es mucha, o más miel, si lo que se busca son los efectos laxantes. Claro está que en verano, como ahora se recomienda para tantas bebidas, el aguamiel sabe mejor cuando se toma bien fría.

Y ya que estamos en las virtudes del aguamiel, que son las de la miel con agua, referiremos un caso notable a este propósito.

El que haya padecido fiebres tifoideas, como el que esto escribe, y se haya visto sometido a aquellas terribles dietas a que nos sujetaban los señores facultativos, no se podrá extrañar de lo que cierta vecina nuestra nos refirió. Vivía con su familia en una casa de campo, y cayó enferma de tifus. Y cuando llegó la dieta, la muchacha, aprovechándose de las ausencias de sus mayores, acudía a una gran tinaja de miel que su padre guardaba junto a la habitación de la enfermita; y con el cuenco de sus manos ahuecadas sacaba miel hasta saciarse; luego bebía agua y se lavaba. El propio médico, refería ella, se extrañaba de lo bien que se rehacía y de la rapidez con que iba tomando color. Y cuando el padre, que no se había dado cuenta de ello, advirtió que le faltaba la miel por arrobas y preguntó a su hija cómo con su lecho tan cerca de la tinaja pudieron quitársela sin que ella lo notase, la chica se lo contó todo; y el médico, al saberlo, le replicó: Pues la miel la ha salvado.

Melicraton. El melicraton (μελίκρατον) de los tiempos de Homero daba a la miel mucha fuerza, porque, en lugar de diluirla con agua, como en la preparación del hidromel, se confeccionaba con leche, y es fama que las libaciones en honor de los dioses del Averno se celebraban con melicraton. Esto ocurría en los tiempos floridos de la Odisea; después, a fuerza de aguar la leche, el melicraton ya no fue sino hidromel vulgar.

Aloja. Cuando el hombre empezó a cansarse de lo simplemente melifluo, sin duda pensó en variarlo con diversidad de aromas, y surgió la aloja. La aloja no es sino aguamiel perfumada con especias, por ejemplo, con culantro, canela, nuez moscada... o con varias cosas a la vez.

Talasomeli. Este fármaco, en griego thalassomeli (θαλασσόμελι), es un hidromel que se prepara con agua de mar. Dioscórides (en el cap. 13 del Libro V) dice que se han de mezclar, a partes iguales, miel, agua llovediza y agua marina. Otros, añade el propio autor, la confeccionan con una parte de miel y dos partes de agua de mar. El talasomeli se empleaba como purgante, y, según manifiesta el propio Dioscórides, purga más delicadamente que el agua marina sola. Es decir, añade Laguna, que la miel, a pesar de ser de sí solutiva, sin embargo, no acrecienta la virtud del agua marina, sino que la hace mucho más cordial y agradable al estómago.

Vino de miel. El aguamiel debe de ser tan antigua como el hombre; pero algún día, cuando se tuvo donde guardarla, llegaría a corromperse, y, alterando su sabor, quedaría convertida en otra bebida no del todo desagradable, el vino de miel.

Las gentes de aquellos tiempos, según explica Plinio con todo detalle, suponían que el néctar que recogen y labran las abejas descendía de los cielos y se condensaba en las flores. Y si, conforme al saber de los antiguos, el néctar toma inmortales a quienes lo liban, es posible que con este vino de miel de origen celeste aquellos hombres empezaran a sentirse dioses.

Sea como fuere, este antiquísimo néctar fermentado, el vino de miel, ha llegado hasta nuestros días, y perfeccionado y aromatizado como la aloja es el llamado met de los alemanes, todavía bebida familiar o casera en algunas comarcas de Alemania, Polonia, Rusia, etc.

Por lo común, el met se elabora mezclando la miel con el doble de su peso de agua; en un gran caldero se calienta la mezcla, removiéndola con frecuencia y espumándola. A menudo se cuece con lúpulo, jugos de frutas, culantro, cardamomo, nuez moscada, etc. El caldo resultante se vierte en un tonel y se deja fermentar. Pasados unos meses, se embotella.

Más simplificado, el vino de miel se obtiene sin adición de lúpulo, ni de materiales amargos o aromáticos, dejando fermentar la misma mezcla de una parte de miel y dos partes de agua. A veces, se añade un poco de subnitrato de bismuto (1 g por cada 101 de líquido), con lo cual se evitan fermentaciones secundarias que podrían alterar el buen sabor del vino de miel; y 5 g de ácido tartárico, con el cual se regulariza la fermentación. Cuando la mezcla, a fuerza de hervir, ha menguado una cuarta parte, bien espumada y fría, se le suele añadir un chorrito de miel virgen escurrida de un panal, y un par de cucharadas de azúcar fundido y acaramelado, para darle color. Así preparado, este caldo se echa a fermentar en barriles o toneles durante tres o cuatro meses. Cuando se elabora con mieles nuevas, al comenzar el verano, suele darse por terminado y se trasiega; en otoño, y ya se bebe por Navidad.

Vino mulso y melitite. Dioscórides, «habiendo tratado de las especies naturales de vinos —dice Andrés de Laguna—, quiso agora proponer estas dos que se hacen con artificio y reciben mezcla de miel, las cuales, aunque fueron celebradas de los antiguos, toda vía (léase, sin embargo) en nuestros tiempos no se usan sino de cuando en cuando, porque, naturalmente, los embriagos aborrecen las cosas dulces. Llámase el vino mulso, en griego, oenomeli, así como en español, clarea; la cual difiere del hippocrás porque aquésta se prepara con canela y azúcar, y aquélla, con miel y canela».

«Tiénese por excelentísimo mulso —dice Dioscórides en el mismo cap. 9 del Libro V— el que se hace de vino añejo y austero, y de muy buena miel; porque aqueste tal no hincha tanto y po-demos usar dél más presto. El mulso añejo da mantenimiento al cuerpo; mas el de media edad entretiene lúbrico el vientre y provoca la orina, dado que (léase, aunque) tomado sobre comer es dañoso, y si se bebe al principio, hinche, aunque, después, da gana de comer. Hácese el vino mulso mezclando con dos cados de vino, por lo más, uno de buena miel. Otros, para que pueda darse a beber más presto, cuecen la miel con el vino, y después le mudan en otros vasos. Algunos, por gastar menos, añaden un sextario de miel sobre seis de mosto hirviente, y, en acabando de hervir, los encierran en otros vasos, la cual suerte de mulso no pierde jamás su dulzor.»

«El vino melitite —escribe Dioscórides en el mismo Libro V— se suele dar en las diuturnas fiebres (es decir, en las que se prolongan muchos días) a los que tienen flaco el estómago, porque ablanda el vientre, provoca la orina, purga el estómago y es útil a los dolores de las juncturas, al mal de riñones y a las flaquezas de la cabeza. Dase cómodamente a las mujeres aguadas (esto es, a las abstemias), por razón que mantiene y es juntamente oloroso. Difiere del llamado vino mulso a causa que aquél se hace de vino viejo y austero, al cual se mezcla un poco de miel; y para componer el melitite a cinco congios de mosto austero conviene añadir un congio de miel, y de sal, un ciato. Cumple preparar esta suerte de vino en un vaso muy ancho, para que tenga espacio en que pueda, cuando bulliere, extenderse; tiénese de echar la sal poco a poco, mientras hirviere el mosto, y, dejando de hervir, meterse en otros vasos el vino.»

El congio venía a tener unos 31; y el ciato algo menos de 1,5 onzas.

Vino cidonite. En el cap. 21 del Libro V, Dioscórides dice que el vino cidonite se prepara con membrillos que se echan al mosto. Pero el propio autor nos da otra fórmula que se elabora con 10 sextarios de zumo de membrillos (unos 5 l) mezclados con 1 sextario de miel (aproximadamente, 0,5 l). Después de la fermentación, el vino resultante es astringente y «confortativo del estómago»; y sirve contra la disentería, dice Dioscórides.

Melomeli. En el capítulo siguiente, el 22, Dioscórides dice que «el melomeli, llamado de algunos cydonomeli, se compone de este arte: Los membrillos, limpios de su simiente, se meten dentro de tan gran cuantidad de miel, que todos queden cubiertos. La miel, pasado un año, se toma muy delicada y semejante al mulso. Del resto, sirve a las mesmas cosas que la precedente composición».

Onfacomeli. Según Laguna, Dioscórides se expresa así en el mismo Libro V: «El omphacomeli se prepara en esta manera. Tornarás unos agraces verdes, y, después de haberlos asoleado tres días, los exprimirás fuertemente. Y con tres partes de su zumo mezclarás una de buena miel espumada. Hecho esto, lo meterás en vasijas y los pondrás al sol. Tiene virtud de comprimir y de resfriar; por donde es útil a las flaquezas del estómago y a los flujos estomacales. Podemos administrarle pasado un año».

El jugo de agraz que se mezcla con la miel para obtener el onfacomeli contiene diversos ácidos, principalmente el málico, tartárico, oxálico, oxiacético o glicólico, etc.

Oximiel. Otro preparado farmacéutico a base de miel es la oximiel, que se elabora cociendo juntas 2 partes de miel y 1 parte de vinagre, hasta que tengan punto de jarabe. La «Farmacopea matritense» de 1803 la consideraba «incidente, atenuante y mundificante de los humores crasos y pituitosos; y, por lo mismo, es útil, añadía, en las obstrucciones, promueve el esputo y le hace de más fácil expulsión». Se daba a dosis de 1 a 3 onzas.

La oximiel gozó de fama desde muy antiguo. Dioscórides también la menciona en el Libro V, pero la fórmula que recomienda para prepararla difiere de la que hemos dado porque le añade sal marina y agua. Pero su virtud de «arrancar los gruesos humores» ya la menciona en primer término el autor griego; y, en último lugar, la recomienda, gargarizada, contra la esquinancia o angina.

De la fama de la oximiel arranca aquel refrán que dice:

Vinagre y miel,

saben mal y hacen bien.

Estos mentados son los preparados de miel más simples y más antiguos. Pero fueron infinitos los que se elaboraron con ella cuando el azúcar era de uso mucho más restringido que en la actualidad. Después vino gran diversidad de jarabes, y nació el verbo frecuentativo jarabear, que después pasó a reflexivo, jarabearse, porque no hacía falta el facultativo para tomarse el jarabe... hasta que también los jarabes fueron pasando de moda.

Jalea real. Aquel milagroso jugo que segregan las abejas para alimentar a sus larvas y, de manera excepcional, a las que han de ser sus reinas, dotado de tan maravillosas virtudes que en casos excepcionales puede convertirse en soberana a una vulgar obrera apícola en vías de desarrollo incipiente, se puso también de moda durante estos años últimos para rejuvenecer a las personas mayores.

Lo mismo que en casos semejantes, el remedio se tuvo por maravilloso; los sugestionados se animaban mutuamente; los grandes anuncios del nuevo bien hallado se sucedían sin interrupción; y la jalea real se puso de moda entre nosotros.

Forzosamente tenía que ser producto caro si se administraba la auténtica, porque las abejas fabrican pequeñas cantidades de jalea real. Estaba reservada a los magnates. Pero, así y todo, ya no se habla apenas del preciado don. Otra moda que pasó.

Y si hemos hecho mención de ella es por habernos metido con tanto detalle en estas cosas de las mieles y las abejas; pero la jalea real es ya un producto de naturaleza netamente animal, lo mismo que la cera, y no nos pertenece. Aunque nos vienen todos mezclados en la práctica apícola y aun en aquella sentencia popular que nos dice:

Abejas benditas,

santos abejares,

dan miel a los hombres

y cera a los altares.

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