Diferencia entre revisiones de «Categoría:Hongos»

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Como introducción a este capítulo reproduciremos la que puso Roger Heim en «Les Champig nons», obra ilustrada con 230 maravillosas fotografías füngicas de Jean Vincent y con acuarelas de Yvonne JeanHaffen (Éditions Alpina, París, 1948). Dice así el ilustre director del Muséum de París:
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«Como los hongos, no se encontrarían otros seres que fuesen a un tiempo tan encomiados y tan detestados de profanos y de sabidos, del vulgar y del prestante. Porque son buenos para todo, para lo mejor y para lo peor, para las sabrosas digestiones y las lentas agonías, para el pincel del artista y para el encarnizamiento destructor del ignorante. Antes de caer en podredumbre son como espléndidas flores: la doble imagen de la vida y de la belleza, la de la muerte y la de la nada vienen a superponerse en su efímero ciclo vital. Acerca de su origen corrieron hipótesis místicas y absurdas; sobre los hongos, el genio de los Antiguos lo ignoraba todo. Decíase de ellos que nacían de la pituita de los árboles, del lodo, de la corrupción de los fiemos. Los teorizantes de la generación espontánea los pusieron como ejemplos; pero los métodos de Pasteur se aplican a su cultivo, y las leyes de la genética, a sus facultades sexuales.
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»E1 hongo atrae al hombre por curiosidad y, sobre todo, por interés. Formas extrañas, fálicas, potencia o fragilidad, delicadeza, perennidad o fugacidad, colorido sombrío de la trompeta de los muertos o rojo escarlata de la peziza coccínea o blancura inmaculada del higróforo virginal, todas estas tonalidades y siluetas, y aquella rapidez de floración que sorprende, atraen al profano. Pero desconfía; su propio reflejo le conducirá al atropello de esta producción misteriosa, de la cual no acaba de comprender exactamente ni el origen ni la originalidad. Sólo el cálculo le abrirá las puertas de la experimentación y del provecho personal. Entonces, de la extrema reserva pasará a la más loca de las imprudencias. Para él, ya no tendrá secretos el mundo fungico. Conocerá los principios infalibles que permiten discernir la especie bienhechora de la mortal. Prejuicios de antaño y radiestesia de ahora; en el campo, empirismo de comadre; o, en el salón, péndulo de espíritus acoquinados; todos hallaron en el hongo, si vale decirlo así, el más preciado de sus elementos de experiencia.
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»En público, se conoce malamente su naturaleza; pero se temen sus efectos. Las estadísticas que les atañen son adecuadas para impresionar muchedumbres. Eurípides perdió a su mujer, a su hijo y a sus dos hijas por haber comido un plato de funestas amanitas. El emperador Claudio, el papa Clemente VII, la princesa de Conti, sufrieron la misma suerte. En Francia, sólo en un mes, durante el otoño de 1912, setenta observaciones médicas relativas a los envenenamientos por hongo dieron a conocer que el número de dañados fue de trescientos, de los cuales sucumbieron ciento. Y no hay envenenadores que utilicen las amanitas con fines criminales, como el famoso Girard, que las asoció a una diabólica combinación de seguros de vida.
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»La Medicina se relaciona con los hongos no sólo por la Toxicología, sino por la Dermatología. Así, por lo menos de oídas, conocemos el favo, las tiñas, la pitiriasis, todas ellas micosis cutáneas, y aun profundas. Y también habréis oído referir del muguete infantil, que florece todo el año en la mucosa bucal. En las exposiciones, dentro de grandes bocales con agua y formol, el público puede contemplar la insólita presencia del pie de madura o la de una quijada roída de actinomicosis. Pero el profano no pide más explicaciones, persuadido de que los perjuicios causados por las amanitas venenosas pueden llegar a tanto. En cuanto al que frecuenta el especialista, sentirá a menudo el cosquilleo imaginativo de una inflamación eritematosa. Pero, dadle ánimos; no es nada frecuente que uno muera de ello.
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»Si intoxican por imprudencia, los hongos son también una plaga para la Agricultura. Royas, mil dius, cenicillas, tizones y tizoncillos, podredumbres, todas ellas enfermedades mesegueras, de los árboles de nuestros vergeles y de nuestros montes, de las verduras hortelanas, todas estas criptógamas causan al Imperio, todos los años, unas pérdidas que, en números redondos, se cifran en 15.000 millones de francos de los de antes de la guerra. Y no sólo el trigo y las vides, el cafeto y el banano, sino también la rosa y el crisantemo, el clavel y el geranio, sufren sus ataques. Lo mismo el hortelano que el silvicultor, todos, en nuestro propio hogar estamos expuestos a solapados ataques: Las especies lignívoras invaden el maderaje en las habitaciones, en las minas o en los navios, y reducen a polvo el vigamen, los estayes y las cuadernas. El bibliófilo descubre enmohecimientos ocultos que corroyeron el papel de una edición rara. En su tienda de campaña, al despertar, el explorador ve desaparecer sus botas ocultas por una capa azulada de penicilios... De manera que cada uno descubre hongos en tomo suyo: son un azote del mundo.
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»Mas, referidas las pérdidas, digamos de los beneficios.
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»Junto a los hongos mortíferos, a los peligrosos, indigestos, amargos, nauseabundos, se descubre la perfumada carne de la lepiota prócera. Cada hongo nos muestra su forma, su colorido, sus olores, así como su sabor, tanto cmdo como cocido; pero cada cual lo aprecia a su manera. Se discutirá sobre el valor gustativo de la amanita rubicunda, del hidno coraloide o, simplemente, del cantarelo comestible, lo cual nos dice que el paladar del hombre tiene muy diversas resonancias. Placeres de los sentidos, no solamente colores para la vista, sino delicados olores y múltiples sabores; los hongos son laboratorios elementales que, para delicia de naturalistas y poetas, de catadores y artistas, elaboran motivos de arrobamiento.
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»Desde luego, el hombre también ha buscado entre ellos su beneficio. Y sus lucros comerciales.: Ha cultivado el champignon, la foliota de los chopos, la volvaria y aun la colmenilla. Cree también que cultiva la trufa. Ello le ha valido importantes beneficios, no por sus facultades nutricias, que bien menguadas son, sino por sus virtudes gustativas, que pueden conducir a grandes realizaciones.
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»Después de los hongos alimenticios siguen otras especies útiles. Ya no pagarán tributo las plantas cultivadas, sino sus enemigos. Auxiliares de la Agricultura, los hiperparásitos traban combate con el insecto o el hongo patógeno. No siempre resulta eficaz, pero es de gran elegancia. Si las podredumbres atacan las raíces, otros organismos fúngicos les facilitan la asimilación de compuestos útiles; aquellos que sirven de enlace entre la planta y sus alimentos, entre la criptógama y el árbol, se dicen micorrizas. Así, en las orquídeas, el hongo micorrícico, con su presencia, decide la germinación de la simiente, que, sin él, no movería. De esta manera, los boletos hallan en las micorrizas el enlace que los une al árbol y hace de ellos un elemento de su cortejo. Y hasta tal punto, que no hay orquídea sin micorriza; ni boleto sin su árbol.
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»Lo mismo que de hombres, hay hongos buenos y hongos malos. Son, a un tiempo, agentes de descomposiciones fermentativas y de fermentaciones útiles. Alteran las confituras, pero perfeccionan los quesos; destruyen el vino, pero elaboran cerveza. El sabor del salchichón y el aroma del camembert son obra suya. Levaduras de cervecería y de tahona, microorganismos útiles de los labrantíos, y agentes de su fecundidad, fijadores de nitrógeno o destructores de celulosa, demoledores de pesadas e inasimilables moléculas, que convierten en otras directamente nutricias y asimiladas, productores de azúcar, de alcohol, de ácido cítrico, de vitaminas, de pigmentos, de grasas... capaces incluso de dar luz, intervienen en la Industria, la Terapéutica y la Higiene de la alimentación.
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»En otros tiempos, pequeñas industrias vivían de los hongos. La yesca se fabricaba con la trama de ciertos poliporos. El del alerce es el agárico blanco, oficinal, de los farmacéuticos, que se utilizaba para combatir los sudores nocturnos de los tísicos. Ciertamente, los hongos producen terribles venenos; pero quien dice veneno dice posibilidad de sanar, ya que no es sino cuestión de dosis: las amanitotoxinas puede que algún día logren su desquite en la medicación humana.
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»Mas, he aquí que de una simple observación y de la guerra se abrieron súbitamente una nueva vía y un nuevo dominio para la Ciencia y la Medicina. Al socaire de la gran mortandad, aquel descubrimiento hallóse en el surco propicio de la explotación utilitaria, con medios de tal poder, como jamás se habían conocido. Y así se produjo la victoria del Hombre sobre la Muerte. Ayer, la penicilina, hoy, la estreptomicina, aportan al arsenal quimioterapéutico contra las enfermedades infecciosas —arsenal en el que las sulfamidas constituían la mayor adquisición hasta entonces— las sustancias que sanan y sanarán. Su manera de actuar, su naturaleza y su origen, que les son propios, han abierto un prodigioso y múltiple campo terapéutico, una novedad de nuestros tiempos. De golpe, los hongos, productores de estos cuerpos antibióticos —y de muchos otros— se convirtieron en los más preciosos auxiliares de la terapéutica humana.
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»Junto a la industria, al comercio, al arte, a la utilidad y esparcimiento, se perfila la ciencia de los hongos, la Micología, hecha de vida y no sólo de formas, de naturaleza y no siempre de bocales, de fotografías y no únicamente de cadáveres desecados. Podredumbres sublimes, los hongos son a modo de agallas monstruosas, surgidas casi de nada, de una minúscula espora, de un filamento cuya anchura no rebasa siquiera las dos milésimas de milímetro, y de un poco de azúcar como alimento. En plena juventud, apenas si pueden discernirse; y ya desarrollados, tan diversos. El morfologista se empleará con tanto celo a descubrir sus aspectos plásticos que, con excesiva frecuencia y sin darse cuenta de ello, detallará la misma especie con nombres diferentes.
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»Los hongos son maravillosos auxiliares de la Bioquímica, de la Citología, de la Biología experimental, de la Genética. Su estudio, desde cualquiera de estos puntos de vista, nos descubre horizontes prometedores. La Micología es una joven disciplina cuyo porvenir aparece brillante de promesas.
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»Así, Arte, Medicina y Ciencia se han adueñado de estos extraños objetos que los latinos llamaban fungiporque, según dicen unos, les sugerían la imagen de la podredumbre o, mejor, según otros, la de las esponjas; pero que los griegos designaban con la voz mycos, cuya consonancia nos ilumina. Esforcémonos, aquí mismo, a sacar de ello un poco de saber y un poco de elegancia».
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Hasta aquí la erudita disertación del profesor Heim. Pero no dejemos que se aleje esa consonancia a que acaba de aludir sin añadir que la palabra griega mycos es, nada menos que mucus, o, en castellano, moco. De esas mucosidades nos ofrecen a menudo los hongos. Y cuando el hombre se siente decepcionado por ellas no hay nada que hacer: se vuelve micófobo de pura repugnancia. Pero en mi pueblo, si puedo llamar así a la ciudad adoptiva de mis mocedades, Manresa, los castizos, sin reparo alguno, exceptuando quizás algún defensor a ultranza del mizcalo, prefieren el Hygrophorus olivaceoalbus Fr. var. obesas Maire, que es la llenega, a todos los demás hongos. Llenega deriva de llenegar, que no es sino resbalar, y se dice así por estar cubierta de cierta mucosidad como de babosa, la cual hace que este hongo se nos escurra de la mano como una anguila. Esta despreocupación por las mucosidades füngicas no es sólo propia de los manresanos, sino de toda Cataluña y de aquellos pueblos arrimados a la vertiente boreal de los Pirineos, desde el Rosellón hasta el País Vasco, así como de los provenzales, italianos, etc.
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Micofilia y micofobia. En la monumental obra de los esposos Wasson, Valentina Paulovna y R. Gordon Wasson titulada «Mushrooms, Russia and History», dada a luz en 1957 y dedicada al estudio de una ciencia nueva, la etnografía micológica, se deja bien sentada la existencia de dos clases de pueblos, los micófilos, que son los amigos de los hongos, porque los comen y los emplean para sazonar sus guisos, y los micófobos, que los repudian.
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La micofilia no es sino consecuencia de la micofagia. Cuando, ante los hongos, el hombre no siente repugnancia innata, y los come, se aficiona a ellos; aprende a conocerlos; y los reconoce y distingue con facilidad; les da nombre, y sabe dónde y cuándo se crían; siente preferencia por unos u otros; aprende también a guisarlos, cada uno a su manera, según la naturaleza de las especies. Y discierne entre los buenos y los no comestibles y los ponzoñosos. Y así se origina el saber popular acerca de esta clase de singulares vegetales que nadie siembra, que nacen sin saber cómo, pero siempre en los mismos sitios, que los más sagaces de cada pueblo conocen uno a uno. Hay gentes más doctas y gentes que saben menos. Y pueden discutir sobre cuanto se refiere a este tema. Acerca de cómo se crían los hongos, dónde nacen, cuánto tiempo requieren, según la estirpe y la estación del año, para alcanzar su perfección después de la lluvia promotora de su florescencia. La micofilia se manifiesta por todas estas señales; y así son los micófilos.
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La micofobia es el horror a los hongos, una repugnancia innata hacia ellos. La que el micófilo imagina pringue rezumante en la seta que se está asando, son repelentes mucosidades para el micófobo. El hongo, o ciertos hongos, le sugieren la idea del sapo y llega a pensar que se forman y nacen en las camas de estos batracios. No sabemos a ciencia cierta cuándo aparecieron los primeros micófobos, pero ambas categorías de hombres deben ser antiquísimas. Nicandro de Colofón, hace más de 2.000 años, los suponía «criados sobre la insidiosa víbora ensortijada en su cubil, aspirando el tósigo de la sabandija y el nocivo aliento de su boca».
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Cataluña y su plan quinquenal micológico. El 15 de febrero de 1931, en el volumen III de la revista botánica «Cavanillesia», Joaquín Codina, médico de La Cellera (Gerona), especializado en el estudio de los hongos, y el que esto escribe, publicamos una recopilación de nuestras observaciones micológicas y los datos que nuestros antecesores habían dado a conocer sobre el mismo tema. En este trabajo, titulado «Introducció a l’estudi deis macromicets de Catalunya», consignamos como propias de la flora mico lógica catalana 627 especies de hongos superiores, prescindiendo de los micromicetes.
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El 1,° de noviembre de 1931, cuando la citada «Introducció» estaba ya en prensa, tuvimos la fortuna de recibir la visita de A. A. Pearson, presidente de la «Mycologycal Society» de Londres, y de acompañarle a Sant Pere de Vilamajor, al pie del Montseny, junto con el profesor Cuatrecasas, donde pasamos el día estudiando los hongos de sus alrededores. Pearson publicó en la misma «Cavanillesia», volumen IV, la noticia titulada «Hongos de Sant Pere de Vilamajor», y con este trabajo, de sólo un día de labor de campo, añadía 35 especies a las 627 de nuestra primera lista.
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Aquel mismo año propusimos a la Junta de Ciencias Naturales, que tenía a su cargo el Museo de Ciencias Naturales de Barcelona, la iniciación de un plan de estudios micológicos en nuestro país bajo la dirección de eminentes especialistas en micología. La primera campaña micológica de aquella serie, en octubre de 1931, íue dirigida por el profesor René Maire, uno de los más profundos conocedores de los hongos.
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El primer opúsculo micológico de Maire sobre nuestros hongos se titula «Fungí catalaunici», y fue dado a conocer el 10 de julio de 1933 en las publicaciones de la Junta de Ciencias Naturales. Con esta publicación, Maire incorporó a nuestro catálogo de hongos de Cataluña 257 especies más.
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La campaña micológica de 1932 la dirigió el profesor Roger Heim, entonces subdirector del Laboratorio de Criptogamia del Museo de París. La de 1933, por segunda vez, el profesor Maire; la de 1934, el doctor Rolf Singer, entonces profesor auxiliar de la cátedra de Botánica de la Facultad de Farmacia de Barcelona; y en 1935 coronamos este plan quinquenal micológico con la venida de la Société Mycology que de France, que celebró en Cataluña su sesión extraordinaria de aquel año.
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Heim, con sus «Fungí Iberici» (publicación de la Junta de Ciencias Naturales, de 29 de octubre de 1934), añadió 175 especies más a la flora micológica de Cataluña; y Maire, con sus «Fungi catalaunici. Series altera» (de 10 de marzo de 1937), 168.
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Los resultados logrados por los desvelos de Rolf Singer en el estudio de la micología catalana, salvo dos comunicaciones menores de 1935 y 1936, no vieron la luz hasta 1947, en «Collectanea Botanica», volumen I, fascículo III, con el título de «Champignons de la Catalogne». Las adiciones de Singer a la flora catalana de macromicetes, incluidas las de los 2 suplementos que siguen a su citado opúsculo, alcanzan la cifra de 175 especies. «Este número, relativamente elevado, de formas no observadas todavía en Cataluña, dice Singer, nos parece que hay que atribuirlo a la época de nuestros estudios. Npsotros hemos podido empezar las observaciones a partir del mes de junio (al contrario de lo que hizo la mayor parte de nuestros sabios predecesores), lo cual nos ha permitido estudiar algunas especies estrictamente estivales, que no hubiéramos podido encontrar en otoño en las mismas localidades.»
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Como resultado total, el plan quinquenal micológico organizado por la Junta de Ciencias Naturales logró que de las 627 especies de nuestra «Introducció» pasáramos a las 1.458.
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Para formamos cabal concepto de los resultados de dicha actuación, bastará indicar que los macromicetes de toda España, dando a este grupo artificioso la misma extensión con que aquí lo hemos considerado, y tomando los datos de la última edición del «Compendio de la Flora Española» de Lázaro Ibiza (1920), sólo suman 668 especies, aun prescindiendo de que gran número de poliporáceas de este autor no tienen, realmente, categoría específica. Esto es, que conocemos como propias de Cataluña más del doble de las especies españolas que nos dio Lázaro Ibiza, incluyendo en ellas, naturalmente, las que se conocían como catalanas.
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Nombres catalanes de hongos. Por lo que sabemos en la actualidad, los catalanes han dado nombre a un centenar de especies de hongos; es decir, que de las 1.458 especies de macromicetes que se crían en Cataluña, nuestro pueblo conoce 100. Cuando se considere que estas 100 especies sólo representan el 6,8 % de la totalidad, parecerá muy exigua aquella cifra. Pero la micofilia no da más de sí. Muchas especies pasan inadvertidas del profano, por su rareza o exigüidad, o, simplemente, porque ni son comestibles ni tienen nada de llamativo.
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Si 1.358 especies de la flora micológica catalana carecen de nombre vernáculo concreto, muchas de aquel centenar que las gentes de Cataluña conocen y denominan tienen más de uno, porque a menudo difieren de una a otra comarca. En general, como ocurre con las plantas de otras clases, cuanto más conocido es el hongo menos nombres tiene; y otras especies no tan generales o que sólo distinguen los mejores prácticos poseen una nomenclatura mucho más diversificada.
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En nuestra introducción al estudio de los macromicetes de Cataluña, que, como hemos indicado, vio la luz en 1931, dábamos 220 nombres catalanes de hongos. Y cuando, en 1957, los esposos Wasson publicaron la obra indicada se expresaron así: «Los catalanes viven al lado mismo de los españoles micó fobos, y, sin embargo, se cuentan entre aquellos raros pueblos cuyo saber popular, en micología, es tan notable por su extensión como por la sutileza de sus conocimientos... Tal vez la mejor lista de nombres vernáculos de hongos jamás reunida es la de Joaquín Codina y P. Font Quer, que constituye un vocabulario de 220 términos, todos ellos genuinos y con las localidades donde fueron recogidos».
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Desde 1936 hacia acá, los tiempos no se mostraron propicios para continuar con el mismo ritmo, ni mucho menos, nuestros trabajos micológicos. Pero, a pesar de todo, hemos podido ampliar la primera lista hasta 250 nombres, que son los que figuran en «Los hongos de Cataluña y su nomenclatura popular» («Memorias de la Real Academia de Ciencias de Barcelona»; 1960).
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En realidad, pues, quedan siempre numerosas especies micológicas que el pueblo no conoce concretamente. Y para saber hasta qué punto alcanza la micofilia de un país no podemos deducirlo del tanto por ciento de las especies denominadas con respecto a la totalidad de las que se dan en él, sino de la comparación de la lista de nombres usuales de un territorio lingüístico, racial o estatal con la de otro territorio.
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La España micófoba, que abarca principalmente todas las provincias de habla castellana, tiene tan escasos nombres populares de hongos, que en la indicada edición de la «Flora Española», Lázaro Ibiza sólo trae una veintena, sin contar que algunos de ellos ni siquiera son nombres populares, sino académicos, simples
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traducciones de los términos genérico y específico de la especie respectiva. De manera que Cataluña, de extensión como unas 10 veces menor, tiene 12 veces más nombres de hongos que la España de habla castellana.
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Exposiciones de hongos. Nosotros nos dimos cuenta de la gran afición a los hongos que sienten los catalanes cuando durante el desarrollo de aquel a modo de plan quinquenal micológico organizado por la Junta de Ciencias Naturales de Barcelona celebramos diversas exposiciones de setas en esta capital. La primera de ellas se estableció en la Sala de Herbarios del Museo de Ciencias Naturales, los días 23,24 y 25 de octubre de 1931, y nos sorprendió a todos la gran afluencia de público que acudió a visitarla; tanta gente, que no se podía dar un paso en aquella gran sala, y muchos no pudieron ni llegar a ver los ejemplares expuestos. Por tal motivo, la Junta de Ciencias Naturales dispuso que la del año siguiente se organizase en el gran invernáculo de dicha Junta, entre los llamados Museo de Cataluña y Museo Martorell. Permaneció abierta desde el 29 de octubre hasta el 4 de noviembre de 1932, y se dispuso que, para mayor comodidad de los verdaderos aficionados a los hongos, la entrada fuese de pago; de sólo 0,15 pesetas, que, en aquel entonces, bastó para alejar a los simples fisgones. La totalidad de las entradas despachadas durante los 7 días fue de 6.567; y sólo el día 30 de octubre, que era festivo, tuvimos 2.977 visitantes.
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Durante esta exposición, la quinta de las diez que se realizaron en Cataluña (tres en Gerona, una en La Cellera, una en Olot, una en Figueras y las restantes en Barcelona), se exhibieron hasta 300 especies de hongos, cada una con su etiqueta, en la cual se indicaba el nombre científico del hongo, su correspondiente nomenclatura popular e indicaciones relativas a su innocuidad o toxicidad.
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La prensa se ocupó extensamente de aquellas exposiciones de hongos. Véase, por ejemplo, lo que dijo «El Debate», de Madrid, el día 3 de noviembre de 1932, que, salvo pequeños detalles, como el referente al número de visitantes del día 30 de octubre, y el que supone que la nomenclatura catalana abarca hasta 627 especies de hongos, se ajusta bastante bien a la realidad. Decía así «El Debate»:
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«Entre la serie variadísima de Exposiciones y Concursos que se celebran un día tras otro en Barcelona, resulta en verdad original e interesante la Exposición de setas.
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»En el invernáculo del parque, la Junta de Ciencias Naturales ha logrado exhibir hasta 300 especies diferentes de hongos de que tan rica es la flora catalana. Allí puede apreciarse, bien acondicionados sobre húmedo musgo, la más inverosímil variedad de setas que pudiera imaginar el profano, desde las más diminutas, que apenas miden un milímetro y que pesan escasos centigramos, hasta el hongo respetable que es imposible sea engullido por una persona normal en una sola comida, pues pesa cerca, de tres kilos y medio. Allí se ven variedades rosa, negra, parda, azul, verde, amoratada... Figuran en la Exposición los dos únicos ejemplares encontrados en España de una seta originaria del Norte de África que tiene un tallo de medio metro de altura; otro ejemplar curioso es el Phallus imperialis,encontrado por primera vez en España.
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»Es ésta la sexta Exposición de hongos que se celebra en Cataluña con un éxito de público que el domingo culminó a 4.000 visitantes. Ello no es de extrañar, si se tiene en cuenta que Barcelona es la población de España y casi de Europa que consume más cantidad de hongos. Tantas setas se comen en Barcelona, que para abastecer un “stand” de venta en la Exposición ha sido preciso traerlas de Soria y de Valladolid, por estar agotadas las de Cataluña. Sólo una fábrica catalana dedicada a conservas de setas, prepara anualmente 40.000 kilos procedentes de Castilla. Hay pueblos y villas catalanas para los cuales la cosecha de hongos es la más importante; las montañas de Berga y Ripoll producen tal cantidad de “rovellons” tempranos —la seta más apreciada por su excelente calidad—, que en un sólo día, entre ambas comarcas se han podido enviar a Barcelona 30.000 kilos. Todo lo consume Barcelona con una voracidad tal, que es preciso proceder a la búsqueda de hongos en las montañas de Teruel y Soria.
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»La nomenclatura catalana de hongos es realmente rica. Hay catalogadas 627 especies catalanas, todas con sus nombres vulgares, y es lo curioso que existe una gran cantidad de excursionistas que llevan su afición hasta el punto de recoger personalmente las setas. Es una espléndida riqueza que regala pródiga la naturaleza, sin exigir más trabajo que el de su busca, fácil y entretenida. Alguien ha emprendido el cultivo más o menos intenso del champiñón francés, pero es lo cierto que tal especie no tiene gran aprecio en el mercado de Barcelona.
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»La Junta de Ciencias Naturales presenta en sus Exposiciones los ejemplares más interesantes, con la inscripción de si son comestibles o no; da instrucciones acerca de la manera de recoger los hongos para que no se malogren las cosechas de años venideros, organiza viajes de exploración hacia las montañas catalanas y prepara Concursos y ferias periódicas. Esta Exposición que ahora nos ocupa es la más duradera entre las de su clase, pues está abierta al público durante una semana, a pesar de que a diario tienen que ser renovados casi todos los ejemplares. Presenta, además, como complemento curioso, un restaurante en el que sólo se sirven comidas elaboradas con setas».
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Para aquilatar la importancia de aquellos 6.567 visitantes, en 7 días, a la exposición de hongos de Barcelona de 1932, y el de 2.977 del día 30 de octubre, se pueden comparar ambas cifras con las que
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publicó «La Vanguardia» de la misma ciudad el día 31 de agosto de 1958, referentes a los Museos de Barcelona. Durante el primer trimestre de dicho año hubo museos que sólo fueron visitados «por bastante menos de 1.000 visitantes por mes; el de Arte Moderno recibió 4.416; y el del Palacio Nacional, 4.243».
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Sobre todo la nomenclatura vulgar fue motivo de apasionados debates entre los asistentes, principalmente a causa de su falta de uniformidad en las diversas comarcas del país. El núcleo de más elevado saber micológico radica entre el Montseny y Gerona. Los Lactarius deliciosusy L. sanguifluus, que constituyen indistintamente el rovelló de los barceloneses, son tan afines entre sí que llegan a formar mestos. Pues bien, en dicho país gerundense no sólo los distinguen, sino que les dan nombres propios, a saber, pinetell al Lactarius deliciosus,y rovelló al Lactarius sanguifluus, generalmente de sombrerillo más irregular, con frecuencia manchado de verde y de leche más rojiza. Y el arte de distinguir las setas no sólo llega allí a esta perfección, sino que si el Hypomyces lateritiusataca a aquellos hongos y destruye las láminas de sus aparatos esporíferos, el pinetell se convierte en pinetella, y el rovelló, en rovellona. Cuatro nombres gerundenses para aquella entidad comercial de Barcelona que se designa como rovelló a secas. ^
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Esta riqueza nomenclatural catalana, que no hallamos en toda la península sino en el País Vasco, nos había llamado la atención al redactar las etiquetas de las exposiciones de hongos de Barcelona. Siempre nos faltaban las voces castellanas correspondientes, cuando no se trataba de especies que no distinguen tampoco las gentes de Cataluña, por referirse a pequeños hongos innominados o a otros no comestibles, que se suelen despreciar y se designan con el nombre común depixacá, es decir, meaperro, o mataparent.
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¿Hasta dónde se extiende la micofilia catalana? En la mentada obra americana, los Wasson refieren asimismo sus apreciaciones en cuanto concierne a este problema nomenclatural popular de ló$ hongos y lo relacionan con la micofilia y la micofobia: «Así como Moscovia y Cataluña —dicen— descuellan entre los pueblos micófagos, la micofobia se extiende entre los celtas y los frisios, a lo largo de las costas del Atlántico y del mar del Norte, y, por otra parte, en Grecia. Los ingleses sólo conocen la Psalliota campestris, y los noruegos, el Cantharellus cibarius.Los españoles de Castilla, añaden, comen dos espe
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La micofilia y la micofobia en la península Ibérica e islas Baleares. Los discos negros indican la existencia de países micófilos o amigos de los hongos.
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cies: el mizcalo, que es un lactario, y la seta de cardo (Pleürotus eryngii), en contraste con el vasto repertorio de los catalanes. La pobreza del lenguaje español en cuanto concierne a los hongos constituye una dificultad para los escritores castellanos. En las enciclopedias españolas, los autores de los artículos sobre hongos se han de valer de palabras catalanas o vascas para defenderse de la pobreza del vocabulario castellano. El lector español no ha tenido nunca a su disposición un manual de hongos, y si ha querido documentarse acerca de estas materias ha tenido que valerse de los dós pequeños volúmenes de Telesfo ro de Aranzadi, “Setas u hongos del País Vasco”, publicados en 1897.
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«Basados únicamente en observaciones recopiladas en el indicado país, es una obra preciosa, sobre todo por su gran riqueza de nombres vernáculos. Pero la venta de la misma debe de haber sido escasa, porque en las librerías españolas todavía se encuentran ejemplares de la edición original».
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«Las gentes de Provenza —dicen también los Wasson— son igualmente entendidas en el conocimiento de los hongos; pero si este saber, añaden, prevalece al oeste del Ródano y en el Rosellón, uniendo así Provenza y Cataluña, lo ignoramos.» Además, los Wasson se lamentan de que la falta de datos no les haya permitido publicar un mapa con la distribución geográfica de los pueblos micófilos y micófobos de Europa.
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Por lo que se refiere a la península Ibérica y tierras limítrofes creemos que utilizando el gran número de datos que trae Eugéne Rolland en el tomo XI de la «Flore populaire» (París, 1914) podemos trazar en esquema el mapita adjunto, en el que representamos por pequeños discos negros los focos de mico filia. En este esquema aparece claramente marcado el país genmdense, donde se alcanza la máxima sabiduría füngica de toda la Península.
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Desde este núcleo gerundense, al pie del Montseny y en la comarca de la Selva, donde se ha llegado al máximo saber popular en materia de hongos, la afición y los conocimientos micológicos van menguando, sobre todo, en dirección al Oeste. Más allá de los montes de Calaf y Sant Guim, ya ert la cuenca del Segre, aunque subsiste la micofagia, la micofilia no ha tenido manera de exaltarse por la falta de bosques y, naturalmente, de setas. Lo mismo acontece marchando hacia el Sudoeste, porque en Valencia también se nota un decaimiento general; no tanto, probablemente, por la manera de ser de los valencianos como por la falta de importantes especies forestales y por la mengua.de las lluvias que favorecen el desarrollo de las setas.
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En una carta de 25 de septiembre de 1959, Manuel Calduch, farmacéutico de Almazora, me refirió que herborizando por las cercanías de la cumbre de Penyagolosa encontró un ejemplar de aquel hongo llamado sureny por los catalanes, esto es, el Boletus edulis.Y habiendo tropezado con la cortijéra del Mas de Mor, situado al pie de dicha Penyagolosa, se lo mostró.
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—Nosotros lo llamamos bolet, le dijo; tiene mucho veneno, pero las ovejas se lo comen, añadió.
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—Sí que es raro, contestó Calduch.
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Y ella insistió de nuevo, dio más detalles, y, muy aplomada, recordó finalmente:
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¡Ah... y los catalanes también se lo comen!
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Así se va extinguiendo la micofilia en los límites del país, que ya ha perdido mucho, por todos conceptos, aun dentro de Cataluña, al acercamos a la raya de Aragón.
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La micofobia peninsular. Quien pretendiera justificar la pérdida de la micofilia con la falta de bosques, por la escasa producción de hongos en los países inarbolados, se equivocaría bien a las claras. Los escasos que se crían en las tierras bajas ilerdenses, poco menos que esteparias, tienen sus nombres, a menudo diferentes de los que reciben las mismas especies en la Cataluña oriental; y en aquellas comarcas occidentales persiste la micofagia más o menos atenuada.
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Se equivocaría de manera manifiesta, decimos, porque en Aragón, Navarra, Castilla, etc., cuando los montes se pueblan de arbolado y crían hongos por doquier, la microfobia continúa inalterable. Y ni aun el hambre, como dicen los Wasson, puede convertir los micófobos en comedores de hongos.
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En diciembre de 1958, don José María Castroviejo se lamentaba en un artículo titulado «Los hongos en Galicia», que se publicó en el «ABC» de Madrid, de las pérdidas que supone para aquel país el menosprecio de los hongos. «La campesina gente gallega es, por sistema —dice Castroviejo—, enemiga de las setas. El calificativo mejor que éstas le merecen es el de pan de cobra o de pan de sapo, considerándolas como alimento tan sólo idóneo para los repelidos ofidios y batracios. Esto resulta particularmente sensible en una tierra en la que por sus condiciones de humedad y específica composición orgánica proliferan los hongos de tan singular manera... En tal cantidad, a veces, que pudieran ser cargados, sin hipérbole, auténticos carros.»
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Actualmente, el comercio de hongos, en Cataluña, representa todos los años muchos millones de pesetas; no por su valor alimenticio real, sino por el precio a que se venden en los mercados. Pero Cataluña está muy lejos de Galicia, y no admite sino los mizcalos, que ignoramos hasta qué punto se han podido desarrollar en Galicia, porque sólo se crían entre pinos, y en aquel país los pinares no son autóctonos. Por consiguiente, y discrepando de la tesis que sostiene Castroviejo, será mejor que los gallegos sigan con su micofobia secular. Se nos antoja harto difícil convencerlos en el intento de convertirlos a la micofília; y además, muy expuesto a irreparables percances.
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Se nos podría argüir que en la Gran Bretaña, durante la Gran Guerra, tropas llegadas allí de países micófilos, enseñaron a los ingleses las excelentes cualidades culinarias de algunas especies füngicas despreciadas o rehusadas en absoluto por ellos; y que la forzosa monotonía de los ágapes en tales tiempos favorecieron la apostasia de ciertas gentes, que probaron a comerlos. Parecidamente, los gitanos enseñaron las mismas teorías a los escandinavos en tiempos de hambre.
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Pero el éxito de tales intentos ha de ser siempre limitado, y dependerá de la fuerza proselitista de un micófilo excepcionalmente dotado y, por parte del micófobo, de cierta actitud propicia a la renuncia.
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Hongos para Cataluña. Los mizcalos llegan a Cataluña de otros territorios micófobos no tan alejados como Galicia. El lector interesado podrá hacerse cargo de ello con sólo echar una ojeadá a las siguientes noticias de prensa. La primera que le servimos procede de Teruel, y adviértese en ella la corrupción de la palabra catalana rovelló, que, traducida al castellano, en vez de rovellón, dio rebollón en tierras aragonesas, y en la siguiente noticia, que sacamos de «La Vanguardia», de Barcelona, se convirtió en cebollón:'
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LA COSECHA DE HONGOS EN LAS SERRANÍAS DE TERUEL
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Teruel, 4. — La cosecha dehbngos, denominados también «cebollones», ha sido extraordinaria este año en las serranías, debido a las abundantes aguas que en ellas cayeron durante el pasado mes de agosto. No obstante esta abundancia, han alcanzado elevados precios. Hasta ahora, los últimos de la campaña anterior, se están vendiendo en puntos de origen, a 13 y 20 pesetas el kilogramo. Estos hongos son muy apreciados en el mercado catalán y, asimismo, en el valenciano, donde alcanzan altas cotizaciones. Se dan en estado silvestre en los pinares y, particularmente, en los de la sierra de Albarracín. Se trata de una especie muy conocida. — Cifra.
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El 26 de octubre de 1955, el «Diario de Barcelona» publicó esta otra noticia: ‘
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SETAS DE NAVARRA
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La variedad de hongos que en Navarra llaman «gorri» o «royo» no son otra cosa que nuestros sabrosos y estimadísimos «rovellons». Los cuales se producen tan abundantemente como en nuestros bosques, en los valles navarros de Salazar y Roncal. Y como allí no les gustan, sus campesinos los envían a Cataluña. Sólo de la población de Isaba se vienen expidiendo a diario diez mil kilos de tan apetitosas setas.
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Pero no existe el peligro de saturación del mercado catalán, porque capaz es éste de absorber, como viene haciéndolo, todos los hongos de aquella especie procedentes de nuestra región, de Navarra y de Huesca, desde donde también se nos envían.
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Tres años después, el 27 de octubre de 1958, el mismo «Diario de Barcelona», y en una «Crónica de Navarra», con el subtítulo de «Rovellons para Cataluña», daba más detalles acerca de este fenómeno comercial micológico:
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Pamplona, 26. — (De nuestro corresponsal.) — Las primeras lluvias de otoño en el Pirineo, han hecho que las zonas de pinares de los valles de Roncal y Salazar se hayan cubierto de setas. De setas de pino, de las que se llaman «royas» en la comarca, y en Cataluña «rovellons».
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Hasta hace muy poco —unos cinco años— estos hongos crecían por millares en el monte después de llover, y se marchitaban después sin que nadie les hiciera caso: a lo más, algunos aficionados a los vegetales los comían asados un par de veces en la temporada.
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Allá en los montes Pirineos moría una riqueza de millones de setas, a la vista de todos y sin que nadie hubiera descubierto su valor, hasta que llegaron unos industriales catalanes. El primer anuncio de que las setas valían se dio en un café de Isaba con este aviso: «Por cada kilo que se entregue aquí de setas “royas” se pagarán 2,50 pesetas». El anuncio organizó entonces una auténtica revolución, sobre todo en los niños. En seguida se dieron cuenta los pastores de la «mina» que se había descubierto, y las mujeres y muchos hombres.
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Los importadores catalanes y una fábrica de conservas, entraron pronto en colisión, haciendo que subieran los precios con gran contento de las gentes del país, hasta 10 y 12 pesetas el kilogramo.
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Una nueva y fructífera actividad se ha despertado en estos valles pirenaicos, y una nueva riqueza ha venido a añadirse a la ya tradicional de la ganadería y el bosque. Y un nuevo elemento en el paisaje interior de los
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pueblos donde se ven montañas de setas de pino, hasta seis y ocho mil kilos en un sólo depósito, que se clasifican, pesan, y salen rápidamente para los mercados consumidores, muy destacadamente para el de Barcelona.
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No se han hecho aún cálculos de cuánto rendirá el total de esta cosecha que. no hay que sembrar ni cuidar, pero la riqueza que produce debe ser muy grande, ya que una sola localidad, Isaba (valle del Roncal), recoge 10.000 kg diarios. Claro que la temporada de la recolección oscila según el tiempo que haga, pudiéndose alargar hasta dos meses con más o menos producción, o quedarse en quince días solamente^ Los recogedores de setas salen al amanecer o antes de que raye el día de los pueblos, y realizan su tarea con poco esfuerzo por la gran cantidad de hongos que se dan tras cada día de lluvia, y regresan al pueblo llevando un promedio, por cada recogedor, de 60 kg.
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En cuanto comienza la temporada, el desfile de los camiones que recogen las setas de los pueblos roncaleses y las llevan a Barcelona, recién traídas del monte, para llegar a la apertura de los mercados, es diario y constante. Los roncaleses y salacencos se han entregado con afán a esta tarea otoñal, aunque no puedan ni mucho menos recoger la enorme cantidad de hongos que se dan en estos inmensos pinares, que trepan por las laderas del Pirineo y se extienden muchos kilómetros. La recogida se hace en las zonas más accesibles, y sobre todo allá donde las setas crecen en gran cantidad, para evitar pasos buscando las que salen sueltas por los lugares de menor producción.
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Los roncaleses, contentos por haber descubierto este chorro de oro, se lamentan sin embargo de que, durante tantos siglos no hayan sabido valorarlo, y por el contrario lo hayan despreciado.
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JORGE RECARTE
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En Barcelona también se organizan excursiones colectivas con el fin de recolectar hongos. Las hay para todos los gustos, y las más de ellas se dirigen a los pinares de la base del Montseny. Durante el otoño, en Llinars se celebra mercado diario de setas al que acuden gentes de todas partes, y los mayoristas de Barcelona.
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El valle de La Molina, en la Cerdaña, donde los mizcalos aparecen anticipadamente, por lo regular desde últimos de agosto si las lluvias fueron oportunas, constituye una excelente atracción para los amantes de las setas. He aquí un anuncio de los ferrocarriles publicado en «La Vanguardia», de Barcelona, el 14 de septiembre de 1957:
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[[Image:C:%5CUsers%5Calex%5CAppData%5CLocal%5CTemp%5Cmsohtmlclip1%5C01%5Cclip_image005.gif|left|top|alt="Quadre de text: “ROVELLONS"UN NUEVO ALICIENTE DELVALLE DE LA MOLINASALIDA DE TRENESSÁBADO: 14’50, del Norte. 16’35, de Cataluña DOMINGO : 5’30, de Cataluña. 6’45, del Norte"]][[Image:C:%5CUsers%5Calex%5CAppData%5CLocal%5CTemp%5Cmsohtmlclip1%5C01%5Cclip_image006.gif|left|top|alt="Quadre de text: VIAJES INTERTURVergara, 13, 8.°, 1.» (edificio Banco Bilbao). Tls. 22-65-47 (2 1.), 32-42-12 Casa Central: Balmes, 171. T. 37-04-0UA PALAUTORDERA GRAN “BOLETADA"Salida día 25, a las 7 horas. Llegada a las 8,30. A las 9 horas, misa en la Ermita. Magníficos bosques para encontrar « boleta ». A las 2 horas, comida: espléndidos entremeses, «butifarra amb rovellons», postres, pan, vino, café y licores. Regreso por San Celoni, Arenys de Mar, Mataró, Badalona y Barcelona. Todo comprendido: 160 ptas. SALIDAS GARANTIZADAS"]]Y otro que vio la luz en el mismo diario en octubre de 1959 con el aliciente de una excelente comida de setas:
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Recelos de micófilos. Ante los hongos desconocidos, los micófilos desconfían tanto como puedan recelar los micófobos, si no más. La micofilia no es ninguna manifestación de atrevimiento, sino de sensatez y circunspección.
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En Cataluña mismo, ciertas especies inofensivas, y aun excelentes, que los catalanes no comen, es muy difícil que las admitan en la cocina quienes no las tienen por buenas o no las conocen, ni con todas las ponderaciones de los doctos; como podrá advertir el lector del siguiente sucedido.
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Durante el primer año del plan quinquenal micológico de Cataluña, el día 21 de octubre de 1931, estábamos en el Montseny con el profesor Maire, venido expresamente para dirigir la campaña de aquel otoño. Habíamos pernoctado en Santa Fe, y por la mañana, después del desayuno, nos encaminamos, a pie, a través de los hayedos de aquella montaña, hasta Sant Margal, donde teníamos previsto que comeríamos.
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La recolección de hongos fue excelente, y llegamos a Sant Mar$al con los cestos rebosantes. Uño de ellos de una amanita que los catalanes no comen, ni siquiera tiene nombre usual, la Amonita rubescens.
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Acompañábamos al doctor René Maire el médico don Joaquín Codina, de La Cellera, el más entendido de nosotros en micología, los profesores de las universidades de Madrid y de Barcelona doctores Cuatrecasas y Fernández Rioffío, la señorita Ángeles Ferrer, actualmente profesora del Instituto Nacional de Mataró, y el que esto escribe; todos catalanes, salvo Rioffío.
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Llegados a Sant Margal, encargamos la comida y entregamos las amanitas para que con ellas aderezaran no recuerdo qué guiso. Pero, renuentes, se negaron en redondo. Aquellas setas, nos decían, eran malas y no las admitían en la cocina. No querían hacerse responsables de cuanto pudiese ocurrir. Y tuve yo mismo que insistir y hacer valer mi ascendiente en la casa, porque todos ellos eran harto conocidos míos; y les dije que el profesor Maire era uno de los más sabios micólogos del mundo, y que cuando él recomendaba la seta como excelente había que creerlo a cierra ojos; y todos por el estilo, excepto quizá Rioffío, que no se acababa de decidir, insistimos hasta tal punto, que por fin accedieron a nuestras exigencias, no sin recelos difíciles de desvanecer, y una a modo de resignación que venía a significar: ¡sea lo que Dios quiera!
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De manera, insistimos, que la micofilia de los catalanes no consiste en jugarse la vida comiendo setas al buen tuntún, ésta sí, ésta no; sino en conocerlas, no diré profundamente, pero sí a las claras y a primera vista, sin tropiezo posible tratándose de entendidos.
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Rioffío, como buen castellano, no debió de tenerlas todas consigo, pero fue pasando las amanitas como hicimos los demás comensales, y nos resultaron a todos exquisitas. Nadie suffió la menor indisposición, ni siquiera los aprensivos, si es que hubo alguno.
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Este lance me recuerda cierta gracia de aquel gran botánico del siglo xvi, el exilado y viajero empedernido Charles de l’Écluse, a quien tendremos ocasión de mentar repetidas veces en las páginas siguientes, y que tal vez no hubiese sido capaz de tanto estoicismo como el malogrado Rioffío. En sus andanzas, L’Écluse hubo de convivir largo tiempo con los húngaros, grandes conocedores y amigos de los hongos y de sus secretos, y llegó a escribir el primer tratado renacentista sobre esta materia: «Fungorum in Pannoniis observatorum brevis historia». No sólo describió numerosas especies, y nos dio de ellas excelentes acuarelas, sino que se extendió en detalles acerca de sus usos culinarios, que sin duda aprendió de sus convecinos. Pero, a manera de colofón de su preciosa obra, dijo así: «Ruego al lector que no müestre extrañeza si no manifiesto mi opinión acerca del sabor de las especies que acabo de describir, porque jamás como hongos y siento por ellos verdadero horror».
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L’Écluse era atlántico, de Arrás, donde, como en Galicia, en la nomenclatura popular de los hongos el sapo desempeña un papel primordial. Sus nombres son pan, sombrero, bonete, escabel... ¡de sapo!
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¿Cómo se distinguen los hongos venenosos de los comestibles? En sus comentarios al cap. 23 del Libro VI de Dioscórides, y en su edición de 1548, Mattioli decía que «el práctico conoce los hongos mortíferos porque así que se cortan se corrompen en un momento, y se mudan de diversos colores; Avicena —añade— ya decía que tanto los verdes como los de color violado, todos son venenosos».
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La creencia en la toxicidad de aquellos hongos del género de los Boletas, que tienen una molla esponjosa en la cara inferior del sombrerillo y que cuando se parten alteran su color amarillo o amarillento así que se pone en contacto con el aire y se vuelven verdes, azules, etc., es tan general que, en Cataluña, todos ellos se designan con el nombre de mataparents, es decir, mataparientes. Sin embargo, ninguno de estos boletos es capaz de matar una persona normal; aunque nadie los come porque no tienen sabor agradable o porque son coriáceos, indigestos y merecen el repudio general.
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A los indicados caracteres alude Lázaro Ibiza cuando nos da aquella «regla» según la cual deben tenerse por «sospechosos» los hongos de coloraciones vivas e intensas, amarillos, anaranjados, rojos, azulados, sobre todo si cambian de coloración cuando se cortan (véase, Lázaro, volumen I, pág. 330). Esta «regla» hay que rechazarla por enteramente falsa. El tenido en Cataluña por el rey de los hongos, por su excelencia (el reig, de los catalanes), es decir, la amanita de los Césares (Amanita caesarea), tiene el som brerito de un hermoso color anaranjado; y no sólo en Cataluña, sino en muchos otros países se considera asimismo el mejor de todos.
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Y el que prefieren los barceloneses, que se consume a toneladas en los mercados de la capital, el ro velló o mizcalo, es tan rojo que lo llamaron sanguifluüs.
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En cambio, el más temible de los hongos, la Amanita phalloides, tiene color poco vivo, a menudo de oliva encurtida y en ciertos casos enteramente blanco. Cuando se parte, no cambia de color, y sabe y huele bien. Precisamente en ello radica su perversidad.
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Tampoco es válida aquella otra regla que recomienda no fiarse de los hongos que derraman leche cuando se parten; precisamente ninguno de estos lactarios es tan nocivo que no lo pueda soportar el hombre normal. Podrá ser mucha su acritud, y esto bastará para rechazarlos. Pero entre ellos se cuentan aquellos rovellons y pinetells que hacen las delicias de los catalanes y que han llegado a pagarse a 100 pesetas el kilo; el Lactarius piperatus,el pebrás, uno de los más estimados en ciertos Estados de Norteamérica; el terrandds(Lactarius controversusy L. vellereus), que los catalanes tratan a puntapiés, pero que, asado, pierde su acritud; la lleterola blanca (Lactarius /uliginosus)y la lleterola roja(L. volemus), que se comen a la parrilla; etc.
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Lo nocivo de los hongos son ciertos productos químicos que elaboran, y ningún carácter como no fuese el anáfisis químico y el conocimiento exacto de su especie puede darnos a conocer si un hongo es tóxico o no. No pueden establecerse normas para distinguir los hongos venenosos de los inocuos. Ni siquiera aquellas de antaño, realmente químicas, pero primarias e inservibles, del cubierto de plata o de la cebolla, que hervidos con hongos ponzoñosos se ennegrecerían, y no se alteraría su color si aquéllos fuesen comestibles.
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Ningún catalán micófago aceptaría regla alguna para distinguir los hongos buenos <le los malos. Como no sea un incauto, nadie se fía de los hongos que no conoce. Este saber sé há conseguido por cierta querencia de origen remotísimo, que no puede improvisarse. ,
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El que no conozca los hongos como distingue un clavel de una rosa, deberá ser prudente y no aventurarse jamás a comerlos, por blancos y hermosos que le parezcan, por buenos que sean su olor y sabor. Pero para distinguir el más temible de todos recuerde sus caracteres, que se describen en la pág. 36 y examine la lámina II, que lo representa.
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La micofilia del País Vasco. En la indicada magnífica obra «Mushrooms, Russia and History» se apunta la posibilidad de que la micofilia de los vascos no sea realmente nativa, sino adquirida. El vocabulario vasco de los hongos, dicen los Wasson, es razonablemente rico, pero en su mayor parte consiste en voces prestadas, como si ellos mismos, los vascos, hubiesen sido micófobos en otros tiempos.
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Por diversas razones, suponen también aquellos autores que pudieron haber sido los gitanos los que enseñaron a los vascos a comer hongos, posiblemente en colaboración con residentes pirenaicos mieófilos.
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Del estudio de la nomenclatura popular de los hongos en las lenguas del mediodía de Francia, deduciríamos que a lo largo de toda la vertiente boreal de los Pirineos se extienden poblaciones micófilás hasta las mismas costas atlánticas próximas.
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El grado de micofobia de la península Ibérica. Cataluña y el País Vasco aparte, el grado de micofobia de la península Ibérica nos es desconocido en sus detalles. Para pormenorizar acerca de este tema será menester un estudio pacienzudo, y, sobre todo, visitar las comarcas forestales, preguntar y oir mucho, lo cual, que sepamos, no se ha hecho todavía. Pero, a grandes rasgos, suscribimos la opinión de los Wasson, según la cual, fuera del País Vasco y de Cataluña, toda la Península hay que considerarla micófoba.
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Los griegos también eran micófobos. Dioscórides nos habla de los hongos en dos capítulos de su «Materia médica»; en el 84 del Libro IV y en el 23 del VI, este último libro destinado al estudio de los venenos mortíferos y de las fieras que arrojan de sí ponzoña.
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En un trabajo publicado en «Collectanea Botanica» en diciembre de 1959, titulado «Una historia de hongos», hemos hecho el estudio del primer capítulo de los indicados y de la manera de reaccionar ante él dos personalidades eminentes de la farmacología renacentista, Mattiofi, en Toscana, país micófilo, y Laguna, de Segovia, país micófobo. Las diferencias entre los comentarios de Mattiofi y los de Laguna son bien manifiestas.
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Dice Mattiofi: «Los hongos son conocidísimos de todos; mas, aunque Dioscórides sólo da de ellos dos especies, los buenos y los nocivos, sin embargo, como es bien sabido, hay más y de diversas especies. En Toscana, más fértil que todo el resto de Italia, entre todos los demás ostentan el principado aquellos que llamamos prignoli, que nacen todos los años en abril, con las primeras lluvias; éstos son muy perfumados, de sabor agradabilísimo y sin peligro. Aparte de éstos, se aprecian aquellos que llaman porcini;ya que, puestos primero en agua, y fritos después de bien enharinados, son muy agradables al paladar... Pero los hongos no siempre dañan por ser venenosos, sino, muchas veces, por haberlos comido en demasía; y por ser muy viscosos y gruesos opilan el paso de los espíritus arteriales, y así, alguna vez ahogan. Lo cual, sabiéndolo nuestros aldeanos de Toscana, rarísimas veces los comen sin ajo. En Toscana, los verdaderos porcini, después de hervidos, se guardan con sal y se comen en cuaresma y otros días de vigilia de todo el año. Además de éstas, tenemos varias y diversas especies, como los prataiuoli, turini, boleti Vorcelle, le cardarélle, le manine, gli ordinali, leparigiole, le vescie di lupo y otros más...».
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Y comenta Laguna: «Dijo Porphyrio que los hongos y las turmas de la tierra eran hijos de algunos dioses, y esto porque nacían sin simiente, como solemos decir que son hijos de la tierra todos aquellos de los cuales no se conocen padres ni madres. Hace aquí solamente dos diferencias de hongos Dioscóri des, aunque de la una y de la otra dellas se hallan infinitos a cada paso. Todos los hongos, con su cuantidad, quiero decir, comidos copiosamente, despachan, aunque no sean de natura maléfica. Porque, como consten de una sustancia espongiosa y muy rala, embebiendo en sus poros los humores del vientre, se hinchan a manera de espongias, por donde, no pudiendo ir atrás ni adelante, con su bulto comprimen los pulmones y ahogan... Empero, los más saludables o, por mejor decir, los menos dañosos de todos, son aquellos muy olorosos, enjutos, blancos por arriba, negros por abajo, pequeños y apañaditos, que nacen por abril en los prados, con las primeras aguas, llamados en lengua griega boletos, los cuales todavía (léase, sin embargo), por bien que los guisemos y disfracemos, no carecen de vicio. En suma, podremos, generalmente y sin escrúpulo, pronunciar de todos los hongos lo que respondía cierto villano zafios vendiendo en Madrid lobitos, a cualquiera que le rogaba le escogiese uno bueno: Dad al diablo el mejor de todos. Porque el menos infame, dellos es frígidísimo y se convierte en humores gruesos y pegajosos, de los cuales vienen a hacerse infinitas opilaciones y muy graves inconvenientes».
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Cuando en el Libro VI de la «Materia médica» de Dioscórides, destinado a los venenos mortíferos, se llega al cap. 23, que trata de los hongos, Andrés de Laguna insiste en su criterio atlántico segoviano en los siguientes términos:
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«Todos los hongos, generalmente, por escogidos que sean, si se comen sin discreción, quiero decir en grande abundancia, dan la muerte ahogando; porque, como sean de su naturaleza espongiosos, luego que entran en el estómago embeben en sí todos los humores que hallan, con los cuales se hinchan y dilatan de tal manera, que no pueden ir a tras ni adelante, y ansí es necesario que compriman los instrumentos de la respiración, y por este respecto, impidiendo el anhélito, ahoguen. Allende desto, hállanse particularmente algunas suertes de hongos que, no sólo con su cuantidad, empero también con su cualidad venenosa despachan; y de aquesta natura son todos los hongos verdes, los azules y los violados, porque no solamente se hinchan comidos, empero también se corrompen, y, corrompiéndose, corroen el vientre y los intestinos, y a la fin arrancan el ánima con cient mil ansias y angustias. Por donde el verdadero remedio de aquestos es no gustarlos, sino tenerlos siempre por sospechosos, pues traen la muerte consigo. Mas, la malignidad de los otros, que con sóla su cuantidad demasiada ofenden, se puede corregir con cocerlos primero mucho en tres o en cuatro aguas, hasta que se hinchen todo lo que pueden hincharse; y después de freirlos bien con aceite y adobarlos con pimienta, sal y vinagre, y, finalmente, en siendo desta suerte guisados, dar en un muladar con ellos, porque ansí, yo fiador, que no ofendan...».
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Los terribles envenenamientos por hongos. Como ya advertía Dioscórides, hay hongos que matan con sus venenos; no ya, como en su tiempo se decía, por hincharse en las entrañas del que los comió en demasía hasta ahogarlo.
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Pero los hongos capaces de matar a un hombre normal no son pléyade, sino unos pocos, y en Francia, y probablemente en toda Europa, el 95 % de los envenamientos mortales hay que achacarlos a la amanita faloide (pág. 36). En todo caso se trata de gentes desconocedoras de los hongos, que, tanto entre micófilos como en un país de micófobos, pueden sentirse ilusionadas por una flota de aquellas amanitas recién abiertas, tiernas y de buen ver, las cuales, guisadas, huelen bien y saben mejor.
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Lo mismo que en España, en Francia conviven países micófilos, como los del Mediodía, y países micófobos, como los de las costas atlánticas. Pero tanto en unos como en otros ocurren desgracias terribles todos los años. Sólo durante el otoño de 1912, en Francia fallecieron 100 personas por haber comido amanitas.
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He aquí la narración telegráfica de uno de estos accidentes, que tomamos, al azar, de nuestro archivo. El día 31 de octubre de 1957 lo refería la prensa de nuestro país. La noticia venía de Bemay, en Nor
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Por lo general, durante la otoñada, el TBO, decano de la prensa moderna para la juventud, publica historietas alusivas a las setas, como esta aquí reproducida: «En el paraíso de los hongos», que firmó Beneján, el célebre dibujante menorquín de dicha revista, creador de los episodios de la «Familia Ulises». Apenas se podría imaginar costumbre parecida de no publicarse el TBO en Cataluña.
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mandía, y decía así: «Cuatro de los cinco hijos de una misma familia murieron mientras sus padres se encontraban gravísimos por haber comido setas venenosas. Las setas, identificadas como Amanita pha lloidesy fueron cocinadas por la señora Paul Deboai, de 36 años, y las sirvió para cenar a su marido y a cuatro de sus cinco hijos. Franck Deboai, de 17 meses, cayó enfermosa primera hora del lunes y falleció en pocas horas. El señor Deboai, su esposa y los otros tres niños fueron hospitalizados. Los niños han muerto hoy. Solamente el más joven de ellos, Nan, que solamente cuenta 5 meses de edad, no comió, como es natural, las setas, y ello le salvó la vida».
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A pesar de su micofilia, en Cataluña casi todos los años ocurren envenenamientos. Pero las gentes de Santa Coloma de Farners todavía recuerdan uno realmente espeluznante, ocurrido cerca de allí, en Brunyola hace cerca de treinta años. Según nos refirieron, la nuera de la casa, que era de Vic, cogió las setas al pie de unos avellanos; y, al preguntarle sus familiares si las conocía bien, respondió que en su tierra las comían. Murieron el suegro, el marido de la nuera, que era médico; otro hijo, agricultor, dos familiares más, que vivían en la misma morada, un mozo y la criada. Murió asimismo el perro de la casa. Se salvaron una hija, que, desde entonces quedó muy delicada; y la nuera, que, por estar encinta, vomitó los hongos; pero sobre ella recayó la mayor pesadumbre de la tragedia.
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A primeros de octubre de 1949, y en tierra de micófobos, en Villaverde, cerca de Madrid, ocurrió otro doloroso caso. Era un matrimonio joven, con tres hijos: una niña de 7 años, y dos niños, uno de 4 y otro de 3. El padre, que nunca había cogido hongos, los colectó en cantidad bastante para comerlos todos, hasta hartarse de ellos, en la cena. Toda la familia pasó bien la noche; hasta tal punto, que los padres desayunaron con las setas sobrantes de la noche anterior. Por la tarde* es decir; a las 20 horas de haber tomado las primeras setas, se presentaron los primeros síntomas de envenenamiento, característicos de la intoxicación por la Amanita phalloides. El padre y la niña fueron las primeras víctimas; la niña murió al ingresar en el Hospital Provincial de Madrid, en la habitación del médico de guardia; y el padre a las once de la noche del tercer día. La prensa dejó de hablar de este caso y desconocemos la suerte del resto de la familia.
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Véase la descripción de esta amanita en la pág. 36, y la lámina II. Y si el lector sabe evitar este hongo habrá esquivado el mayor peligro que se cierne sobre los comedores de setas que no saben lo que engullen.
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Recolección de hongos. Los hongos medicinales ya referiremos cómo y cuándo deben colectarse. Pero tanto para uso farmacéutico como por las necesidades culinarias, según decía Texidor «Flora farmacéutica», pág. 311), «si bien no han de ser colectados cuando están aún muy tiernos, es útil cogerlos así que llegan a su completo desarrollo, sin esperar demasiado, pues son aún más sabrosos antes que después, ya que en su carne disminuye la consistencia, es menos grato el sabor, se ennegrecen y aun descomponen, pues con facilidad entran en putrefacción, y, en este caso, los individuos.de especies cor mestibles se hacen venenosos».
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En el decano de la prensa moderna para la juventud, el «TBO», ya en el 45 año de su fundación, hace unos años apareció la historieta que publicamos adjunta, original de su famoso dibujante Beneján, cuyo titulo es «En el paraíso de los hongos». Durante la otoñada, casi todos los años, en la propia revista vemos alguna historieta sobre el mismo tema, la cual apenas se podría imaginar de no publicarse el «TBO» en Cataluña.
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Aparte, pues, las sustancias tóxicas que algunos hongos elaboran en su seno, el defectuoso estado de conservación puede convertir en ponzoñosas las especies que han entrado en podredumbre. De la colina, por ejemplo, puede haberse originado neurina, una ptomaína muy tóxica. Por tanto, no sólo es necesario conocer las especies destinadas a la cocina, sino procurar que estén en buen estado de conservación y que huelan bien.
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¿Qué son los hongos? Los hongos constituyen una clase de vegetales que se distinguen por un carácter negativo de gran importancia: carecen de clorofila. Es decir, que, incluso cuando toman color verde, no es por aquel pigmento de tanta trascendencia en el reino vegetal. Los vegetales con clorofila, por simple o sencilla que sea su organización, se bastan a sí mismos; esto es, que con el gas carbónico contenido en el aire, con las sustancias minerales de las aguas o del suelo en que viven y con la propia agua tienen asegurada su vida, a condición de que no les falte la luz ni cierto grado de temperatura.
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En tales condiciones, la luz facilita a toda suerte de plantas con clorofila la posibilidad de realizar una operación química fundamental: la de combinar entre sí el agua y el gas carbónico hasta formar almidón. Y luego, contando con el almidón, que se compone de 3 elementos, a saber, carbono, oxígeno e hidrógeno, el vegetal puede añadirle otro, el nitrógeno, y formar los llamados productos cuaternarios. Así se realiza la llamada asimilación, porque estos productos cuaternarios ya son semejantes o similares a los que componen la materia viva. Entonces, a la planta no le hace falta sino incorporárselos, y, haciéndoselos suyos, el vegetal aumenta de volumen y de peso, crece y se desarrolla.
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Aquel primer paso, que consiste en la elaboración de productos ternarios, como el almidón o fécula, no puede darlo el hongo porque no posee el precioso talismán de la clorofila, capaz de obrar el milagro con la sola presencia de la luz y de una temperatura adecuada.
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Por esto, a los hongos no les es posible vivir con sólo agua, aire y sustancias minerales, sino que requieren la existencia de materia orgánica preformada. A este respecto viven como los animales, que necesitan de materias vegetales o de otras, animales, para vivir a su costa. Estas materias las encuentran las setas en aquella tierra negra o parda que forma el mantillo de bosques y prados, donde se pudren restos orgánicos de todas clases.
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Pero contando con esta base de sustancias orgánicas, los hongos se desenvuelven como otro vegetal cualquiera, a condición, naturalmente, de que no les falte el agua y el grado conveniente de calor.
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En cambio, así como las plantas verdes no podrían vivir sin luz, los hongos son capaces de medrar en la más completa oscuridad. A la seta de prado, el camperol de los catalanes, que en francés es elcham pignon por excelencia, se la puede cultivar en las cuevas más oscuras, en galerías mineras abandonadas, en cualquier lugar recóndito, pero a poder ser, templado y con cierto grado de humedad.
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En tales condiciones, el hongo asimila, se incorpora las sustancias asimiladas, crece, se desarrolla y constituye un laboratorio químico individual como todo cuanto vive en la Tierra.
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Forma de los hongos. Hay hongos sumamente sencillos, que sólo se componen de una célula: un grumito microscópico de materia viva envuelto en una membranita hecha a medida. Tales son, por ejemplo, las levaduras.
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Pero, las más veces, el hongo propiamente dicho se compone de unas tenues hebrillas más o menos prolongadas, constituidas por elementos celulares puestos en fila, y al propio tiempo ramificadas en mayor o menor grado. Los hongos que vemos en los montes a flor de tierra, es decir, toda clase de setas, comestibles y no comestibles, carecen de las raíces que sostienen habitualmente las plantas verdes. Pero si se levanta la seta con cuidado, sobre todo si el mantillo está en su punto, suelto y ligero, por debajo de aquel pie que sostiene el sombrerito de los hongos se extiende, a modo de telaraña, cierta trama de filamentos sumamente sutiles y livianos. A menudo, estos hilillos reúnen elementos de la seroja o se los ve discurrir entre la hojarasca húmeda, para profundizar luego y escurrirse más allá, a veces en grandes extensiones. No se necesita ser un lince para advertir que el conjunto de tales hebras ha de ser forzosamente la base vegetativa del hongo en cuestión, que recibe el nombre de micelio.
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Aparatos reproductores. Cuando un moho cualquiera prolifera y se extiende sobre la vianda abandonada, aquella maraña afelpada constituida por sus filamentos es también el micelio del moho, del cual, cuando ha llegado a sazón o las condiciones en que vive le impelen a ello, produce otros filamentos empinados y de crecimiento limitado, en los cuales se forman las diminutas simientes de los hongos, que no son semillas, sino esporas, generalmente simples células destinadas a la multiplicación. :
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Las setas que se crían en el monte son también los aparatos reproductores de los hongos respectivos, de organización muy compleja, pero también con esporas capaces de reproducir el hongo; sólo que el micelio, en este caso, por desarrollarse bajo tierra, pasa inadvertido de los transeúntes. Pero el aficionado que sabe exactamente dónde cogió ciertas preciadas setas vuelve más tarde al mismo sitio, y a menudo, si el tempero se dio bien, encuentra más allí mismo, de la misma especie, naturalmente, porque el vegetal que las produce vive en aquel lugar preciso, y mientras su desarrollo no sufra tropiezos va dándolas unas tras otras. Estas visitas a un mismo lugar, como si el aficionado viera en él lo que no perciben los inadvertidos, pueden repetirse con éxito al año siguiente, porque el micelio no desaparece ni con los fríos invernales ni con la sequedad estival. Se acoquina, desde luego, pero es capaz de revivir en época propicia, cuando se restablecen el calor y la humedad adecuados. El acoquinamiento de los hongos les salva de perecer ateridos por las grandes heladas o, en la reciura de las sequías estivales, por falta de agua. Para revivir, requieren cierto tiempo, y, sobre todo, para organizar sus complicados aparatos reproductores.
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Éstos no pueden improvisarse. Cuando se dice de ciertos personajes que han aparecido como los hongos, porque se encumbraron en un santiamén, la comparación va en perjuicio de los hongos; ya que si éstos, es decir, sus aparatos reproductores, en una palabra, las setas, parecen formarse en una noche, la realidad es otra, porque necesitaron muchos días para hacerse. En el clima sudeuropeo de fines de verano, a partir de las lluvias decisivas del mes de agosto, que permiten rehacerse al micelio, la que podríamos llamar empolladura de los hongos requiere alrededor de tres semanas, durante las cuales el micelio, recobrado, vuelve a la vida activa, alarga sus filamentos, se ramifica, acumula reservas nutricias en determinados puntos, y, cuando estas reservas son bastantes, organiza allí mismo, en puro esbozo, la seta respectiva. Si todo queda así preparado, y bajo tierra, con sumo recato, la eclosión ya es cosa de coser y cantan bastará una noche de bonanza o la humedad de un relente decisivo para que a la mañana siguiente y como por arte de encantamiento aparezcan los hongos con tanta rapidez, como aquellos figurones a que hemos aludido.
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Clasificación de los hongos. Aquellas 2 especies de hongos de que nos habla Dioscórides, los buenos y los malos, tanto Mattioli como Laguna ya advirtieron que no podían comprender la diversidad de estirpes que el menos sagaz de los observadores era capaz de advertir en los montes y prados. Unos 200 años después, en 1753, Linné describió 86 en la primera edición de sus «Species plantarum». Pero a partir de la publicación de la «Synopsis methodica fungorum», de Persoon, en 1801;y, sobre todo, del «Systema mycologicum», de Fries, en 1821-1832, el análisis de las estirpes fúngicas se fiie haciendo cada vez más preciso; y con la perfección de los estudios microscópicos se logró discernir detalles antes inadvertidos para diferenciar y distinguir las especies, hasta tal punto, que, en la actualidad, los especialistas han reconocido la existencia de 50.000. Y habida cuenta que gran parte de ellas vive parasitariamente sobre las más diversas plantas floríferas, muchas de las cuales tienen su honguillo propio, bien se echa de ver que dicha suma podrá aumentar todavía más.
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En la actualidad, la clasificación de los hongos se hace principalmente atendiendo a su manerá de multiplicarse o reproducirse; y sobre todo si se trata de hongos de los que dan setas. Rara veces tienen importancia discriminativa los que conciernen a su micelio.
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Sobre todo, los caracteres que distinguen los hongos agaricáceos, es decir, los que traen laminillas radiales en la cara inferior del sombrerito, son difíciles de aquilatar. Así, las 80 o casi 80 especies de rúsulas encontradas en Cataluña con frecuencia no se distinguen sino por sutilezas. El pie de las rúsulas, dice Heim, comúnmente es blanco; «sin embargo —añade— un ligero tono rosado, violáceo, ocre o sanguíneo a veces alegra o ensombrece la blancura del estípite. Esta señal tiene su valor, y es preciso tomar buena nota de ella: porque un carácter, al parecer liviano, puede tener importancia discriminativa. Éste es el caso tratándose de rúsulas; por ejemplo, el pie de la Russula gracilima siempre nos muestra cierto tinte rosado. A veces, cuando se coge, la rúsula lo tiene blanco, pero las magulladuras o el envejecimiento modificarán su blancura. El de la versicolor amarilleará en su base; el de la depaletisse volverá completamente gris, tanto en la superficie como en lo interior de la carne; al paso que la seperina se enrojecerá rápidamente».
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Los vegetales que constituyen la clase de los hongos se dividen en las tres subclases siguientes:.
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Revisión del 17:54 15 ago 2017

Como introducción a este capítulo reproduciremos la que puso Roger Heim en «Les Champig nons», obra ilustrada con 230 maravillosas fotografías füngicas de Jean Vincent y con acuarelas de Yvonne JeanHaffen (Éditions Alpina, París, 1948). Dice así el ilustre director del Muséum de París:

«Como los hongos, no se encontrarían otros seres que fuesen a un tiempo tan encomiados y tan detestados de profanos y de sabidos, del vulgar y del prestante. Porque son buenos para todo, para lo mejor y para lo peor, para las sabrosas digestiones y las lentas agonías, para el pincel del artista y para el encarnizamiento destructor del ignorante. Antes de caer en podredumbre son como espléndidas flores: la doble imagen de la vida y de la belleza, la de la muerte y la de la nada vienen a superponerse en su efímero ciclo vital. Acerca de su origen corrieron hipótesis místicas y absurdas; sobre los hongos, el genio de los Antiguos lo ignoraba todo. Decíase de ellos que nacían de la pituita de los árboles, del lodo, de la corrupción de los fiemos. Los teorizantes de la generación espontánea los pusieron como ejemplos; pero los métodos de Pasteur se aplican a su cultivo, y las leyes de la genética, a sus facultades sexuales.

»E1 hongo atrae al hombre por curiosidad y, sobre todo, por interés. Formas extrañas, fálicas, potencia o fragilidad, delicadeza, perennidad o fugacidad, colorido sombrío de la trompeta de los muertos o rojo escarlata de la peziza coccínea o blancura inmaculada del higróforo virginal, todas estas tonalidades y siluetas, y aquella rapidez de floración que sorprende, atraen al profano. Pero desconfía; su propio reflejo le conducirá al atropello de esta producción misteriosa, de la cual no acaba de comprender exactamente ni el origen ni la originalidad. Sólo el cálculo le abrirá las puertas de la experimentación y del provecho personal. Entonces, de la extrema reserva pasará a la más loca de las imprudencias. Para él, ya no tendrá secretos el mundo fungico. Conocerá los principios infalibles que permiten discernir la especie bienhechora de la mortal. Prejuicios de antaño y radiestesia de ahora; en el campo, empirismo de comadre; o, en el salón, péndulo de espíritus acoquinados; todos hallaron en el hongo, si vale decirlo así, el más preciado de sus elementos de experiencia.

»En público, se conoce malamente su naturaleza; pero se temen sus efectos. Las estadísticas que les atañen son adecuadas para impresionar muchedumbres. Eurípides perdió a su mujer, a su hijo y a sus dos hijas por haber comido un plato de funestas amanitas. El emperador Claudio, el papa Clemente VII, la princesa de Conti, sufrieron la misma suerte. En Francia, sólo en un mes, durante el otoño de 1912, setenta observaciones médicas relativas a los envenenamientos por hongo dieron a conocer que el número de dañados fue de trescientos, de los cuales sucumbieron ciento. Y no hay envenenadores que utilicen las amanitas con fines criminales, como el famoso Girard, que las asoció a una diabólica combinación de seguros de vida.

»La Medicina se relaciona con los hongos no sólo por la Toxicología, sino por la Dermatología. Así, por lo menos de oídas, conocemos el favo, las tiñas, la pitiriasis, todas ellas micosis cutáneas, y aun profundas. Y también habréis oído referir del muguete infantil, que florece todo el año en la mucosa bucal. En las exposiciones, dentro de grandes bocales con agua y formol, el público puede contemplar la insólita presencia del pie de madura o la de una quijada roída de actinomicosis. Pero el profano no pide más explicaciones, persuadido de que los perjuicios causados por las amanitas venenosas pueden llegar a tanto. En cuanto al que frecuenta el especialista, sentirá a menudo el cosquilleo imaginativo de una inflamación eritematosa. Pero, dadle ánimos; no es nada frecuente que uno muera de ello.

»Si intoxican por imprudencia, los hongos son también una plaga para la Agricultura. Royas, mil dius, cenicillas, tizones y tizoncillos, podredumbres, todas ellas enfermedades mesegueras, de los árboles de nuestros vergeles y de nuestros montes, de las verduras hortelanas, todas estas criptógamas causan al Imperio, todos los años, unas pérdidas que, en números redondos, se cifran en 15.000 millones de francos de los de antes de la guerra. Y no sólo el trigo y las vides, el cafeto y el banano, sino también la rosa y el crisantemo, el clavel y el geranio, sufren sus ataques. Lo mismo el hortelano que el silvicultor, todos, en nuestro propio hogar estamos expuestos a solapados ataques: Las especies lignívoras invaden el maderaje en las habitaciones, en las minas o en los navios, y reducen a polvo el vigamen, los estayes y las cuadernas. El bibliófilo descubre enmohecimientos ocultos que corroyeron el papel de una edición rara. En su tienda de campaña, al despertar, el explorador ve desaparecer sus botas ocultas por una capa azulada de penicilios... De manera que cada uno descubre hongos en tomo suyo: son un azote del mundo.

»Mas, referidas las pérdidas, digamos de los beneficios.

»Junto a los hongos mortíferos, a los peligrosos, indigestos, amargos, nauseabundos, se descubre la perfumada carne de la lepiota prócera. Cada hongo nos muestra su forma, su colorido, sus olores, así como su sabor, tanto cmdo como cocido; pero cada cual lo aprecia a su manera. Se discutirá sobre el valor gustativo de la amanita rubicunda, del hidno coraloide o, simplemente, del cantarelo comestible, lo cual nos dice que el paladar del hombre tiene muy diversas resonancias. Placeres de los sentidos, no solamente colores para la vista, sino delicados olores y múltiples sabores; los hongos son laboratorios elementales que, para delicia de naturalistas y poetas, de catadores y artistas, elaboran motivos de arrobamiento.

»Desde luego, el hombre también ha buscado entre ellos su beneficio. Y sus lucros comerciales.: Ha cultivado el champignon, la foliota de los chopos, la volvaria y aun la colmenilla. Cree también que cultiva la trufa. Ello le ha valido importantes beneficios, no por sus facultades nutricias, que bien menguadas son, sino por sus virtudes gustativas, que pueden conducir a grandes realizaciones.

»Después de los hongos alimenticios siguen otras especies útiles. Ya no pagarán tributo las plantas cultivadas, sino sus enemigos. Auxiliares de la Agricultura, los hiperparásitos traban combate con el insecto o el hongo patógeno. No siempre resulta eficaz, pero es de gran elegancia. Si las podredumbres atacan las raíces, otros organismos fúngicos les facilitan la asimilación de compuestos útiles; aquellos que sirven de enlace entre la planta y sus alimentos, entre la criptógama y el árbol, se dicen micorrizas. Así, en las orquídeas, el hongo micorrícico, con su presencia, decide la germinación de la simiente, que, sin él, no movería. De esta manera, los boletos hallan en las micorrizas el enlace que los une al árbol y hace de ellos un elemento de su cortejo. Y hasta tal punto, que no hay orquídea sin micorriza; ni boleto sin su árbol.

»Lo mismo que de hombres, hay hongos buenos y hongos malos. Son, a un tiempo, agentes de descomposiciones fermentativas y de fermentaciones útiles. Alteran las confituras, pero perfeccionan los quesos; destruyen el vino, pero elaboran cerveza. El sabor del salchichón y el aroma del camembert son obra suya. Levaduras de cervecería y de tahona, microorganismos útiles de los labrantíos, y agentes de su fecundidad, fijadores de nitrógeno o destructores de celulosa, demoledores de pesadas e inasimilables moléculas, que convierten en otras directamente nutricias y asimiladas, productores de azúcar, de alcohol, de ácido cítrico, de vitaminas, de pigmentos, de grasas... capaces incluso de dar luz, intervienen en la Industria, la Terapéutica y la Higiene de la alimentación.

»En otros tiempos, pequeñas industrias vivían de los hongos. La yesca se fabricaba con la trama de ciertos poliporos. El del alerce es el agárico blanco, oficinal, de los farmacéuticos, que se utilizaba para combatir los sudores nocturnos de los tísicos. Ciertamente, los hongos producen terribles venenos; pero quien dice veneno dice posibilidad de sanar, ya que no es sino cuestión de dosis: las amanitotoxinas puede que algún día logren su desquite en la medicación humana.

»Mas, he aquí que de una simple observación y de la guerra se abrieron súbitamente una nueva vía y un nuevo dominio para la Ciencia y la Medicina. Al socaire de la gran mortandad, aquel descubrimiento hallóse en el surco propicio de la explotación utilitaria, con medios de tal poder, como jamás se habían conocido. Y así se produjo la victoria del Hombre sobre la Muerte. Ayer, la penicilina, hoy, la estreptomicina, aportan al arsenal quimioterapéutico contra las enfermedades infecciosas —arsenal en el que las sulfamidas constituían la mayor adquisición hasta entonces— las sustancias que sanan y sanarán. Su manera de actuar, su naturaleza y su origen, que les son propios, han abierto un prodigioso y múltiple campo terapéutico, una novedad de nuestros tiempos. De golpe, los hongos, productores de estos cuerpos antibióticos —y de muchos otros— se convirtieron en los más preciosos auxiliares de la terapéutica humana.

»Junto a la industria, al comercio, al arte, a la utilidad y esparcimiento, se perfila la ciencia de los hongos, la Micología, hecha de vida y no sólo de formas, de naturaleza y no siempre de bocales, de fotografías y no únicamente de cadáveres desecados. Podredumbres sublimes, los hongos son a modo de agallas monstruosas, surgidas casi de nada, de una minúscula espora, de un filamento cuya anchura no rebasa siquiera las dos milésimas de milímetro, y de un poco de azúcar como alimento. En plena juventud, apenas si pueden discernirse; y ya desarrollados, tan diversos. El morfologista se empleará con tanto celo a descubrir sus aspectos plásticos que, con excesiva frecuencia y sin darse cuenta de ello, detallará la misma especie con nombres diferentes.

»Los hongos son maravillosos auxiliares de la Bioquímica, de la Citología, de la Biología experimental, de la Genética. Su estudio, desde cualquiera de estos puntos de vista, nos descubre horizontes prometedores. La Micología es una joven disciplina cuyo porvenir aparece brillante de promesas.

»Así, Arte, Medicina y Ciencia se han adueñado de estos extraños objetos que los latinos llamaban fungiporque, según dicen unos, les sugerían la imagen de la podredumbre o, mejor, según otros, la de las esponjas; pero que los griegos designaban con la voz mycos, cuya consonancia nos ilumina. Esforcémonos, aquí mismo, a sacar de ello un poco de saber y un poco de elegancia».

Hasta aquí la erudita disertación del profesor Heim. Pero no dejemos que se aleje esa consonancia a que acaba de aludir sin añadir que la palabra griega mycos es, nada menos que mucus, o, en castellano, moco. De esas mucosidades nos ofrecen a menudo los hongos. Y cuando el hombre se siente decepcionado por ellas no hay nada que hacer: se vuelve micófobo de pura repugnancia. Pero en mi pueblo, si puedo llamar así a la ciudad adoptiva de mis mocedades, Manresa, los castizos, sin reparo alguno, exceptuando quizás algún defensor a ultranza del mizcalo, prefieren el Hygrophorus olivaceoalbus Fr. var. obesas Maire, que es la llenega, a todos los demás hongos. Llenega deriva de llenegar, que no es sino resbalar, y se dice así por estar cubierta de cierta mucosidad como de babosa, la cual hace que este hongo se nos escurra de la mano como una anguila. Esta despreocupación por las mucosidades füngicas no es sólo propia de los manresanos, sino de toda Cataluña y de aquellos pueblos arrimados a la vertiente boreal de los Pirineos, desde el Rosellón hasta el País Vasco, así como de los provenzales, italianos, etc.

Micofilia y micofobia. En la monumental obra de los esposos Wasson, Valentina Paulovna y R. Gordon Wasson titulada «Mushrooms, Russia and History», dada a luz en 1957 y dedicada al estudio de una ciencia nueva, la etnografía micológica, se deja bien sentada la existencia de dos clases de pueblos, los micófilos, que son los amigos de los hongos, porque los comen y los emplean para sazonar sus guisos, y los micófobos, que los repudian.

La micofilia no es sino consecuencia de la micofagia. Cuando, ante los hongos, el hombre no siente repugnancia innata, y los come, se aficiona a ellos; aprende a conocerlos; y los reconoce y distingue con facilidad; les da nombre, y sabe dónde y cuándo se crían; siente preferencia por unos u otros; aprende también a guisarlos, cada uno a su manera, según la naturaleza de las especies. Y discierne entre los buenos y los no comestibles y los ponzoñosos. Y así se origina el saber popular acerca de esta clase de singulares vegetales que nadie siembra, que nacen sin saber cómo, pero siempre en los mismos sitios, que los más sagaces de cada pueblo conocen uno a uno. Hay gentes más doctas y gentes que saben menos. Y pueden discutir sobre cuanto se refiere a este tema. Acerca de cómo se crían los hongos, dónde nacen, cuánto tiempo requieren, según la estirpe y la estación del año, para alcanzar su perfección después de la lluvia promotora de su florescencia. La micofilia se manifiesta por todas estas señales; y así son los micófilos.

La micofobia es el horror a los hongos, una repugnancia innata hacia ellos. La que el micófilo imagina pringue rezumante en la seta que se está asando, son repelentes mucosidades para el micófobo. El hongo, o ciertos hongos, le sugieren la idea del sapo y llega a pensar que se forman y nacen en las camas de estos batracios. No sabemos a ciencia cierta cuándo aparecieron los primeros micófobos, pero ambas categorías de hombres deben ser antiquísimas. Nicandro de Colofón, hace más de 2.000 años, los suponía «criados sobre la insidiosa víbora ensortijada en su cubil, aspirando el tósigo de la sabandija y el nocivo aliento de su boca».

Cataluña y su plan quinquenal micológico. El 15 de febrero de 1931, en el volumen III de la revista botánica «Cavanillesia», Joaquín Codina, médico de La Cellera (Gerona), especializado en el estudio de los hongos, y el que esto escribe, publicamos una recopilación de nuestras observaciones micológicas y los datos que nuestros antecesores habían dado a conocer sobre el mismo tema. En este trabajo, titulado «Introducció a l’estudi deis macromicets de Catalunya», consignamos como propias de la flora mico lógica catalana 627 especies de hongos superiores, prescindiendo de los micromicetes.

El 1,° de noviembre de 1931, cuando la citada «Introducció» estaba ya en prensa, tuvimos la fortuna de recibir la visita de A. A. Pearson, presidente de la «Mycologycal Society» de Londres, y de acompañarle a Sant Pere de Vilamajor, al pie del Montseny, junto con el profesor Cuatrecasas, donde pasamos el día estudiando los hongos de sus alrededores. Pearson publicó en la misma «Cavanillesia», volumen IV, la noticia titulada «Hongos de Sant Pere de Vilamajor», y con este trabajo, de sólo un día de labor de campo, añadía 35 especies a las 627 de nuestra primera lista.

Aquel mismo año propusimos a la Junta de Ciencias Naturales, que tenía a su cargo el Museo de Ciencias Naturales de Barcelona, la iniciación de un plan de estudios micológicos en nuestro país bajo la dirección de eminentes especialistas en micología. La primera campaña micológica de aquella serie, en octubre de 1931, íue dirigida por el profesor René Maire, uno de los más profundos conocedores de los hongos.

El primer opúsculo micológico de Maire sobre nuestros hongos se titula «Fungí catalaunici», y fue dado a conocer el 10 de julio de 1933 en las publicaciones de la Junta de Ciencias Naturales. Con esta publicación, Maire incorporó a nuestro catálogo de hongos de Cataluña 257 especies más.

La campaña micológica de 1932 la dirigió el profesor Roger Heim, entonces subdirector del Laboratorio de Criptogamia del Museo de París. La de 1933, por segunda vez, el profesor Maire; la de 1934, el doctor Rolf Singer, entonces profesor auxiliar de la cátedra de Botánica de la Facultad de Farmacia de Barcelona; y en 1935 coronamos este plan quinquenal micológico con la venida de la Société Mycology que de France, que celebró en Cataluña su sesión extraordinaria de aquel año.

Heim, con sus «Fungí Iberici» (publicación de la Junta de Ciencias Naturales, de 29 de octubre de 1934), añadió 175 especies más a la flora micológica de Cataluña; y Maire, con sus «Fungi catalaunici. Series altera» (de 10 de marzo de 1937), 168.

Los resultados logrados por los desvelos de Rolf Singer en el estudio de la micología catalana, salvo dos comunicaciones menores de 1935 y 1936, no vieron la luz hasta 1947, en «Collectanea Botanica», volumen I, fascículo III, con el título de «Champignons de la Catalogne». Las adiciones de Singer a la flora catalana de macromicetes, incluidas las de los 2 suplementos que siguen a su citado opúsculo, alcanzan la cifra de 175 especies. «Este número, relativamente elevado, de formas no observadas todavía en Cataluña, dice Singer, nos parece que hay que atribuirlo a la época de nuestros estudios. Npsotros hemos podido empezar las observaciones a partir del mes de junio (al contrario de lo que hizo la mayor parte de nuestros sabios predecesores), lo cual nos ha permitido estudiar algunas especies estrictamente estivales, que no hubiéramos podido encontrar en otoño en las mismas localidades.»

Como resultado total, el plan quinquenal micológico organizado por la Junta de Ciencias Naturales logró que de las 627 especies de nuestra «Introducció» pasáramos a las 1.458.

Para formamos cabal concepto de los resultados de dicha actuación, bastará indicar que los macromicetes de toda España, dando a este grupo artificioso la misma extensión con que aquí lo hemos considerado, y tomando los datos de la última edición del «Compendio de la Flora Española» de Lázaro Ibiza (1920), sólo suman 668 especies, aun prescindiendo de que gran número de poliporáceas de este autor no tienen, realmente, categoría específica. Esto es, que conocemos como propias de Cataluña más del doble de las especies españolas que nos dio Lázaro Ibiza, incluyendo en ellas, naturalmente, las que se conocían como catalanas.

Nombres catalanes de hongos. Por lo que sabemos en la actualidad, los catalanes han dado nombre a un centenar de especies de hongos; es decir, que de las 1.458 especies de macromicetes que se crían en Cataluña, nuestro pueblo conoce 100. Cuando se considere que estas 100 especies sólo representan el 6,8 % de la totalidad, parecerá muy exigua aquella cifra. Pero la micofilia no da más de sí. Muchas especies pasan inadvertidas del profano, por su rareza o exigüidad, o, simplemente, porque ni son comestibles ni tienen nada de llamativo.

Si 1.358 especies de la flora micológica catalana carecen de nombre vernáculo concreto, muchas de aquel centenar que las gentes de Cataluña conocen y denominan tienen más de uno, porque a menudo difieren de una a otra comarca. En general, como ocurre con las plantas de otras clases, cuanto más conocido es el hongo menos nombres tiene; y otras especies no tan generales o que sólo distinguen los mejores prácticos poseen una nomenclatura mucho más diversificada.

En nuestra introducción al estudio de los macromicetes de Cataluña, que, como hemos indicado, vio la luz en 1931, dábamos 220 nombres catalanes de hongos. Y cuando, en 1957, los esposos Wasson publicaron la obra indicada se expresaron así: «Los catalanes viven al lado mismo de los españoles micó fobos, y, sin embargo, se cuentan entre aquellos raros pueblos cuyo saber popular, en micología, es tan notable por su extensión como por la sutileza de sus conocimientos... Tal vez la mejor lista de nombres vernáculos de hongos jamás reunida es la de Joaquín Codina y P. Font Quer, que constituye un vocabulario de 220 términos, todos ellos genuinos y con las localidades donde fueron recogidos».

Desde 1936 hacia acá, los tiempos no se mostraron propicios para continuar con el mismo ritmo, ni mucho menos, nuestros trabajos micológicos. Pero, a pesar de todo, hemos podido ampliar la primera lista hasta 250 nombres, que son los que figuran en «Los hongos de Cataluña y su nomenclatura popular» («Memorias de la Real Academia de Ciencias de Barcelona»; 1960).

En realidad, pues, quedan siempre numerosas especies micológicas que el pueblo no conoce concretamente. Y para saber hasta qué punto alcanza la micofilia de un país no podemos deducirlo del tanto por ciento de las especies denominadas con respecto a la totalidad de las que se dan en él, sino de la comparación de la lista de nombres usuales de un territorio lingüístico, racial o estatal con la de otro territorio.

La España micófoba, que abarca principalmente todas las provincias de habla castellana, tiene tan escasos nombres populares de hongos, que en la indicada edición de la «Flora Española», Lázaro Ibiza sólo trae una veintena, sin contar que algunos de ellos ni siquiera son nombres populares, sino académicos, simples

traducciones de los términos genérico y específico de la especie respectiva. De manera que Cataluña, de extensión como unas 10 veces menor, tiene 12 veces más nombres de hongos que la España de habla castellana.

Exposiciones de hongos. Nosotros nos dimos cuenta de la gran afición a los hongos que sienten los catalanes cuando durante el desarrollo de aquel a modo de plan quinquenal micológico organizado por la Junta de Ciencias Naturales de Barcelona celebramos diversas exposiciones de setas en esta capital. La primera de ellas se estableció en la Sala de Herbarios del Museo de Ciencias Naturales, los días 23,24 y 25 de octubre de 1931, y nos sorprendió a todos la gran afluencia de público que acudió a visitarla; tanta gente, que no se podía dar un paso en aquella gran sala, y muchos no pudieron ni llegar a ver los ejemplares expuestos. Por tal motivo, la Junta de Ciencias Naturales dispuso que la del año siguiente se organizase en el gran invernáculo de dicha Junta, entre los llamados Museo de Cataluña y Museo Martorell. Permaneció abierta desde el 29 de octubre hasta el 4 de noviembre de 1932, y se dispuso que, para mayor comodidad de los verdaderos aficionados a los hongos, la entrada fuese de pago; de sólo 0,15 pesetas, que, en aquel entonces, bastó para alejar a los simples fisgones. La totalidad de las entradas despachadas durante los 7 días fue de 6.567; y sólo el día 30 de octubre, que era festivo, tuvimos 2.977 visitantes.

Durante esta exposición, la quinta de las diez que se realizaron en Cataluña (tres en Gerona, una en La Cellera, una en Olot, una en Figueras y las restantes en Barcelona), se exhibieron hasta 300 especies de hongos, cada una con su etiqueta, en la cual se indicaba el nombre científico del hongo, su correspondiente nomenclatura popular e indicaciones relativas a su innocuidad o toxicidad.

La prensa se ocupó extensamente de aquellas exposiciones de hongos. Véase, por ejemplo, lo que dijo «El Debate», de Madrid, el día 3 de noviembre de 1932, que, salvo pequeños detalles, como el referente al número de visitantes del día 30 de octubre, y el que supone que la nomenclatura catalana abarca hasta 627 especies de hongos, se ajusta bastante bien a la realidad. Decía así «El Debate»:

«Entre la serie variadísima de Exposiciones y Concursos que se celebran un día tras otro en Barcelona, resulta en verdad original e interesante la Exposición de setas.

»En el invernáculo del parque, la Junta de Ciencias Naturales ha logrado exhibir hasta 300 especies diferentes de hongos de que tan rica es la flora catalana. Allí puede apreciarse, bien acondicionados sobre húmedo musgo, la más inverosímil variedad de setas que pudiera imaginar el profano, desde las más diminutas, que apenas miden un milímetro y que pesan escasos centigramos, hasta el hongo respetable que es imposible sea engullido por una persona normal en una sola comida, pues pesa cerca, de tres kilos y medio. Allí se ven variedades rosa, negra, parda, azul, verde, amoratada... Figuran en la Exposición los dos únicos ejemplares encontrados en España de una seta originaria del Norte de África que tiene un tallo de medio metro de altura; otro ejemplar curioso es el Phallus imperialis,encontrado por primera vez en España.

»Es ésta la sexta Exposición de hongos que se celebra en Cataluña con un éxito de público que el domingo culminó a 4.000 visitantes. Ello no es de extrañar, si se tiene en cuenta que Barcelona es la población de España y casi de Europa que consume más cantidad de hongos. Tantas setas se comen en Barcelona, que para abastecer un “stand” de venta en la Exposición ha sido preciso traerlas de Soria y de Valladolid, por estar agotadas las de Cataluña. Sólo una fábrica catalana dedicada a conservas de setas, prepara anualmente 40.000 kilos procedentes de Castilla. Hay pueblos y villas catalanas para los cuales la cosecha de hongos es la más importante; las montañas de Berga y Ripoll producen tal cantidad de “rovellons” tempranos —la seta más apreciada por su excelente calidad—, que en un sólo día, entre ambas comarcas se han podido enviar a Barcelona 30.000 kilos. Todo lo consume Barcelona con una voracidad tal, que es preciso proceder a la búsqueda de hongos en las montañas de Teruel y Soria.

»La nomenclatura catalana de hongos es realmente rica. Hay catalogadas 627 especies catalanas, todas con sus nombres vulgares, y es lo curioso que existe una gran cantidad de excursionistas que llevan su afición hasta el punto de recoger personalmente las setas. Es una espléndida riqueza que regala pródiga la naturaleza, sin exigir más trabajo que el de su busca, fácil y entretenida. Alguien ha emprendido el cultivo más o menos intenso del champiñón francés, pero es lo cierto que tal especie no tiene gran aprecio en el mercado de Barcelona.

»La Junta de Ciencias Naturales presenta en sus Exposiciones los ejemplares más interesantes, con la inscripción de si son comestibles o no; da instrucciones acerca de la manera de recoger los hongos para que no se malogren las cosechas de años venideros, organiza viajes de exploración hacia las montañas catalanas y prepara Concursos y ferias periódicas. Esta Exposición que ahora nos ocupa es la más duradera entre las de su clase, pues está abierta al público durante una semana, a pesar de que a diario tienen que ser renovados casi todos los ejemplares. Presenta, además, como complemento curioso, un restaurante en el que sólo se sirven comidas elaboradas con setas».

Para aquilatar la importancia de aquellos 6.567 visitantes, en 7 días, a la exposición de hongos de Barcelona de 1932, y el de 2.977 del día 30 de octubre, se pueden comparar ambas cifras con las que

publicó «La Vanguardia» de la misma ciudad el día 31 de agosto de 1958, referentes a los Museos de Barcelona. Durante el primer trimestre de dicho año hubo museos que sólo fueron visitados «por bastante menos de 1.000 visitantes por mes; el de Arte Moderno recibió 4.416; y el del Palacio Nacional, 4.243».

Sobre todo la nomenclatura vulgar fue motivo de apasionados debates entre los asistentes, principalmente a causa de su falta de uniformidad en las diversas comarcas del país. El núcleo de más elevado saber micológico radica entre el Montseny y Gerona. Los Lactarius deliciosusy L. sanguifluus, que constituyen indistintamente el rovelló de los barceloneses, son tan afines entre sí que llegan a formar mestos. Pues bien, en dicho país gerundense no sólo los distinguen, sino que les dan nombres propios, a saber, pinetell al Lactarius deliciosus,y rovelló al Lactarius sanguifluus, generalmente de sombrerillo más irregular, con frecuencia manchado de verde y de leche más rojiza. Y el arte de distinguir las setas no sólo llega allí a esta perfección, sino que si el Hypomyces lateritiusataca a aquellos hongos y destruye las láminas de sus aparatos esporíferos, el pinetell se convierte en pinetella, y el rovelló, en rovellona. Cuatro nombres gerundenses para aquella entidad comercial de Barcelona que se designa como rovelló a secas. ^

Esta riqueza nomenclatural catalana, que no hallamos en toda la península sino en el País Vasco, nos había llamado la atención al redactar las etiquetas de las exposiciones de hongos de Barcelona. Siempre nos faltaban las voces castellanas correspondientes, cuando no se trataba de especies que no distinguen tampoco las gentes de Cataluña, por referirse a pequeños hongos innominados o a otros no comestibles, que se suelen despreciar y se designan con el nombre común depixacá, es decir, meaperro, o mataparent.

¿Hasta dónde se extiende la micofilia catalana? En la mentada obra americana, los Wasson refieren asimismo sus apreciaciones en cuanto concierne a este problema nomenclatural popular de ló$ hongos y lo relacionan con la micofilia y la micofobia: «Así como Moscovia y Cataluña —dicen— descuellan entre los pueblos micófagos, la micofobia se extiende entre los celtas y los frisios, a lo largo de las costas del Atlántico y del mar del Norte, y, por otra parte, en Grecia. Los ingleses sólo conocen la Psalliota campestris, y los noruegos, el Cantharellus cibarius.Los españoles de Castilla, añaden, comen dos espe


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La micofilia y la micofobia en la península Ibérica e islas Baleares. Los discos negros indican la existencia de países micófilos o amigos de los hongos.


cies: el mizcalo, que es un lactario, y la seta de cardo (Pleürotus eryngii), en contraste con el vasto repertorio de los catalanes. La pobreza del lenguaje español en cuanto concierne a los hongos constituye una dificultad para los escritores castellanos. En las enciclopedias españolas, los autores de los artículos sobre hongos se han de valer de palabras catalanas o vascas para defenderse de la pobreza del vocabulario castellano. El lector español no ha tenido nunca a su disposición un manual de hongos, y si ha querido documentarse acerca de estas materias ha tenido que valerse de los dós pequeños volúmenes de Telesfo ro de Aranzadi, “Setas u hongos del País Vasco”, publicados en 1897.

«Basados únicamente en observaciones recopiladas en el indicado país, es una obra preciosa, sobre todo por su gran riqueza de nombres vernáculos. Pero la venta de la misma debe de haber sido escasa, porque en las librerías españolas todavía se encuentran ejemplares de la edición original».

«Las gentes de Provenza —dicen también los Wasson— son igualmente entendidas en el conocimiento de los hongos; pero si este saber, añaden, prevalece al oeste del Ródano y en el Rosellón, uniendo así Provenza y Cataluña, lo ignoramos.» Además, los Wasson se lamentan de que la falta de datos no les haya permitido publicar un mapa con la distribución geográfica de los pueblos micófilos y micófobos de Europa.

Por lo que se refiere a la península Ibérica y tierras limítrofes creemos que utilizando el gran número de datos que trae Eugéne Rolland en el tomo XI de la «Flore populaire» (París, 1914) podemos trazar en esquema el mapita adjunto, en el que representamos por pequeños discos negros los focos de mico filia. En este esquema aparece claramente marcado el país genmdense, donde se alcanza la máxima sabiduría füngica de toda la Península.

Desde este núcleo gerundense, al pie del Montseny y en la comarca de la Selva, donde se ha llegado al máximo saber popular en materia de hongos, la afición y los conocimientos micológicos van menguando, sobre todo, en dirección al Oeste. Más allá de los montes de Calaf y Sant Guim, ya ert la cuenca del Segre, aunque subsiste la micofagia, la micofilia no ha tenido manera de exaltarse por la falta de bosques y, naturalmente, de setas. Lo mismo acontece marchando hacia el Sudoeste, porque en Valencia también se nota un decaimiento general; no tanto, probablemente, por la manera de ser de los valencianos como por la falta de importantes especies forestales y por la mengua.de las lluvias que favorecen el desarrollo de las setas.

En una carta de 25 de septiembre de 1959, Manuel Calduch, farmacéutico de Almazora, me refirió que herborizando por las cercanías de la cumbre de Penyagolosa encontró un ejemplar de aquel hongo llamado sureny por los catalanes, esto es, el Boletus edulis.Y habiendo tropezado con la cortijéra del Mas de Mor, situado al pie de dicha Penyagolosa, se lo mostró.

—Nosotros lo llamamos bolet, le dijo; tiene mucho veneno, pero las ovejas se lo comen, añadió.

—Sí que es raro, contestó Calduch.

Y ella insistió de nuevo, dio más detalles, y, muy aplomada, recordó finalmente:

¡Ah... y los catalanes también se lo comen!

Así se va extinguiendo la micofilia en los límites del país, que ya ha perdido mucho, por todos conceptos, aun dentro de Cataluña, al acercamos a la raya de Aragón.

La micofobia peninsular. Quien pretendiera justificar la pérdida de la micofilia con la falta de bosques, por la escasa producción de hongos en los países inarbolados, se equivocaría bien a las claras. Los escasos que se crían en las tierras bajas ilerdenses, poco menos que esteparias, tienen sus nombres, a menudo diferentes de los que reciben las mismas especies en la Cataluña oriental; y en aquellas comarcas occidentales persiste la micofagia más o menos atenuada.

Se equivocaría de manera manifiesta, decimos, porque en Aragón, Navarra, Castilla, etc., cuando los montes se pueblan de arbolado y crían hongos por doquier, la microfobia continúa inalterable. Y ni aun el hambre, como dicen los Wasson, puede convertir los micófobos en comedores de hongos.

En diciembre de 1958, don José María Castroviejo se lamentaba en un artículo titulado «Los hongos en Galicia», que se publicó en el «ABC» de Madrid, de las pérdidas que supone para aquel país el menosprecio de los hongos. «La campesina gente gallega es, por sistema —dice Castroviejo—, enemiga de las setas. El calificativo mejor que éstas le merecen es el de pan de cobra o de pan de sapo, considerándolas como alimento tan sólo idóneo para los repelidos ofidios y batracios. Esto resulta particularmente sensible en una tierra en la que por sus condiciones de humedad y específica composición orgánica proliferan los hongos de tan singular manera... En tal cantidad, a veces, que pudieran ser cargados, sin hipérbole, auténticos carros.»

Actualmente, el comercio de hongos, en Cataluña, representa todos los años muchos millones de pesetas; no por su valor alimenticio real, sino por el precio a que se venden en los mercados. Pero Cataluña está muy lejos de Galicia, y no admite sino los mizcalos, que ignoramos hasta qué punto se han podido desarrollar en Galicia, porque sólo se crían entre pinos, y en aquel país los pinares no son autóctonos. Por consiguiente, y discrepando de la tesis que sostiene Castroviejo, será mejor que los gallegos sigan con su micofobia secular. Se nos antoja harto difícil convencerlos en el intento de convertirlos a la micofília; y además, muy expuesto a irreparables percances.

Se nos podría argüir que en la Gran Bretaña, durante la Gran Guerra, tropas llegadas allí de países micófilos, enseñaron a los ingleses las excelentes cualidades culinarias de algunas especies füngicas despreciadas o rehusadas en absoluto por ellos; y que la forzosa monotonía de los ágapes en tales tiempos favorecieron la apostasia de ciertas gentes, que probaron a comerlos. Parecidamente, los gitanos enseñaron las mismas teorías a los escandinavos en tiempos de hambre.

Pero el éxito de tales intentos ha de ser siempre limitado, y dependerá de la fuerza proselitista de un micófilo excepcionalmente dotado y, por parte del micófobo, de cierta actitud propicia a la renuncia.

Hongos para Cataluña. Los mizcalos llegan a Cataluña de otros territorios micófobos no tan alejados como Galicia. El lector interesado podrá hacerse cargo de ello con sólo echar una ojeadá a las siguientes noticias de prensa. La primera que le servimos procede de Teruel, y adviértese en ella la corrupción de la palabra catalana rovelló, que, traducida al castellano, en vez de rovellón, dio rebollón en tierras aragonesas, y en la siguiente noticia, que sacamos de «La Vanguardia», de Barcelona, se convirtió en cebollón:'

LA COSECHA DE HONGOS EN LAS SERRANÍAS DE TERUEL

Teruel, 4. — La cosecha dehbngos, denominados también «cebollones», ha sido extraordinaria este año en las serranías, debido a las abundantes aguas que en ellas cayeron durante el pasado mes de agosto. No obstante esta abundancia, han alcanzado elevados precios. Hasta ahora, los últimos de la campaña anterior, se están vendiendo en puntos de origen, a 13 y 20 pesetas el kilogramo. Estos hongos son muy apreciados en el mercado catalán y, asimismo, en el valenciano, donde alcanzan altas cotizaciones. Se dan en estado silvestre en los pinares y, particularmente, en los de la sierra de Albarracín. Se trata de una especie muy conocida. — Cifra.

El 26 de octubre de 1955, el «Diario de Barcelona» publicó esta otra noticia: ‘

SETAS DE NAVARRA

La variedad de hongos que en Navarra llaman «gorri» o «royo» no son otra cosa que nuestros sabrosos y estimadísimos «rovellons». Los cuales se producen tan abundantemente como en nuestros bosques, en los valles navarros de Salazar y Roncal. Y como allí no les gustan, sus campesinos los envían a Cataluña. Sólo de la población de Isaba se vienen expidiendo a diario diez mil kilos de tan apetitosas setas.

Pero no existe el peligro de saturación del mercado catalán, porque capaz es éste de absorber, como viene haciéndolo, todos los hongos de aquella especie procedentes de nuestra región, de Navarra y de Huesca, desde donde también se nos envían.

Tres años después, el 27 de octubre de 1958, el mismo «Diario de Barcelona», y en una «Crónica de Navarra», con el subtítulo de «Rovellons para Cataluña», daba más detalles acerca de este fenómeno comercial micológico:

Pamplona, 26. — (De nuestro corresponsal.) — Las primeras lluvias de otoño en el Pirineo, han hecho que las zonas de pinares de los valles de Roncal y Salazar se hayan cubierto de setas. De setas de pino, de las que se llaman «royas» en la comarca, y en Cataluña «rovellons».

Hasta hace muy poco —unos cinco años— estos hongos crecían por millares en el monte después de llover, y se marchitaban después sin que nadie les hiciera caso: a lo más, algunos aficionados a los vegetales los comían asados un par de veces en la temporada.

Allá en los montes Pirineos moría una riqueza de millones de setas, a la vista de todos y sin que nadie hubiera descubierto su valor, hasta que llegaron unos industriales catalanes. El primer anuncio de que las setas valían se dio en un café de Isaba con este aviso: «Por cada kilo que se entregue aquí de setas “royas” se pagarán 2,50 pesetas». El anuncio organizó entonces una auténtica revolución, sobre todo en los niños. En seguida se dieron cuenta los pastores de la «mina» que se había descubierto, y las mujeres y muchos hombres.

Los importadores catalanes y una fábrica de conservas, entraron pronto en colisión, haciendo que subieran los precios con gran contento de las gentes del país, hasta 10 y 12 pesetas el kilogramo.

Una nueva y fructífera actividad se ha despertado en estos valles pirenaicos, y una nueva riqueza ha venido a añadirse a la ya tradicional de la ganadería y el bosque. Y un nuevo elemento en el paisaje interior de los

pueblos donde se ven montañas de setas de pino, hasta seis y ocho mil kilos en un sólo depósito, que se clasifican, pesan, y salen rápidamente para los mercados consumidores, muy destacadamente para el de Barcelona.

No se han hecho aún cálculos de cuánto rendirá el total de esta cosecha que. no hay que sembrar ni cuidar, pero la riqueza que produce debe ser muy grande, ya que una sola localidad, Isaba (valle del Roncal), recoge 10.000 kg diarios. Claro que la temporada de la recolección oscila según el tiempo que haga, pudiéndose alargar hasta dos meses con más o menos producción, o quedarse en quince días solamente^ Los recogedores de setas salen al amanecer o antes de que raye el día de los pueblos, y realizan su tarea con poco esfuerzo por la gran cantidad de hongos que se dan tras cada día de lluvia, y regresan al pueblo llevando un promedio, por cada recogedor, de 60 kg.

En cuanto comienza la temporada, el desfile de los camiones que recogen las setas de los pueblos roncaleses y las llevan a Barcelona, recién traídas del monte, para llegar a la apertura de los mercados, es diario y constante. Los roncaleses y salacencos se han entregado con afán a esta tarea otoñal, aunque no puedan ni mucho menos recoger la enorme cantidad de hongos que se dan en estos inmensos pinares, que trepan por las laderas del Pirineo y se extienden muchos kilómetros. La recogida se hace en las zonas más accesibles, y sobre todo allá donde las setas crecen en gran cantidad, para evitar pasos buscando las que salen sueltas por los lugares de menor producción.

Los roncaleses, contentos por haber descubierto este chorro de oro, se lamentan sin embargo de que, durante tantos siglos no hayan sabido valorarlo, y por el contrario lo hayan despreciado.

JORGE RECARTE

En Barcelona también se organizan excursiones colectivas con el fin de recolectar hongos. Las hay para todos los gustos, y las más de ellas se dirigen a los pinares de la base del Montseny. Durante el otoño, en Llinars se celebra mercado diario de setas al que acuden gentes de todas partes, y los mayoristas de Barcelona.

El valle de La Molina, en la Cerdaña, donde los mizcalos aparecen anticipadamente, por lo regular desde últimos de agosto si las lluvias fueron oportunas, constituye una excelente atracción para los amantes de las setas. He aquí un anuncio de los ferrocarriles publicado en «La Vanguardia», de Barcelona, el 14 de septiembre de 1957:

Y otro que vio la luz en el mismo diario en octubre de 1959 con el aliciente de una excelente comida de setas:

Recelos de micófilos. Ante los hongos desconocidos, los micófilos desconfían tanto como puedan recelar los micófobos, si no más. La micofilia no es ninguna manifestación de atrevimiento, sino de sensatez y circunspección.

En Cataluña mismo, ciertas especies inofensivas, y aun excelentes, que los catalanes no comen, es muy difícil que las admitan en la cocina quienes no las tienen por buenas o no las conocen, ni con todas las ponderaciones de los doctos; como podrá advertir el lector del siguiente sucedido.

Durante el primer año del plan quinquenal micológico de Cataluña, el día 21 de octubre de 1931, estábamos en el Montseny con el profesor Maire, venido expresamente para dirigir la campaña de aquel otoño. Habíamos pernoctado en Santa Fe, y por la mañana, después del desayuno, nos encaminamos, a pie, a través de los hayedos de aquella montaña, hasta Sant Margal, donde teníamos previsto que comeríamos.

La recolección de hongos fue excelente, y llegamos a Sant Mar$al con los cestos rebosantes. Uño de ellos de una amanita que los catalanes no comen, ni siquiera tiene nombre usual, la Amonita rubescens.

Acompañábamos al doctor René Maire el médico don Joaquín Codina, de La Cellera, el más entendido de nosotros en micología, los profesores de las universidades de Madrid y de Barcelona doctores Cuatrecasas y Fernández Rioffío, la señorita Ángeles Ferrer, actualmente profesora del Instituto Nacional de Mataró, y el que esto escribe; todos catalanes, salvo Rioffío.

Llegados a Sant Margal, encargamos la comida y entregamos las amanitas para que con ellas aderezaran no recuerdo qué guiso. Pero, renuentes, se negaron en redondo. Aquellas setas, nos decían, eran malas y no las admitían en la cocina. No querían hacerse responsables de cuanto pudiese ocurrir. Y tuve yo mismo que insistir y hacer valer mi ascendiente en la casa, porque todos ellos eran harto conocidos míos; y les dije que el profesor Maire era uno de los más sabios micólogos del mundo, y que cuando él recomendaba la seta como excelente había que creerlo a cierra ojos; y todos por el estilo, excepto quizá Rioffío, que no se acababa de decidir, insistimos hasta tal punto, que por fin accedieron a nuestras exigencias, no sin recelos difíciles de desvanecer, y una a modo de resignación que venía a significar: ¡sea lo que Dios quiera!

De manera, insistimos, que la micofilia de los catalanes no consiste en jugarse la vida comiendo setas al buen tuntún, ésta sí, ésta no; sino en conocerlas, no diré profundamente, pero sí a las claras y a primera vista, sin tropiezo posible tratándose de entendidos.

Rioffío, como buen castellano, no debió de tenerlas todas consigo, pero fue pasando las amanitas como hicimos los demás comensales, y nos resultaron a todos exquisitas. Nadie suffió la menor indisposición, ni siquiera los aprensivos, si es que hubo alguno.

Este lance me recuerda cierta gracia de aquel gran botánico del siglo xvi, el exilado y viajero empedernido Charles de l’Écluse, a quien tendremos ocasión de mentar repetidas veces en las páginas siguientes, y que tal vez no hubiese sido capaz de tanto estoicismo como el malogrado Rioffío. En sus andanzas, L’Écluse hubo de convivir largo tiempo con los húngaros, grandes conocedores y amigos de los hongos y de sus secretos, y llegó a escribir el primer tratado renacentista sobre esta materia: «Fungorum in Pannoniis observatorum brevis historia». No sólo describió numerosas especies, y nos dio de ellas excelentes acuarelas, sino que se extendió en detalles acerca de sus usos culinarios, que sin duda aprendió de sus convecinos. Pero, a manera de colofón de su preciosa obra, dijo así: «Ruego al lector que no müestre extrañeza si no manifiesto mi opinión acerca del sabor de las especies que acabo de describir, porque jamás como hongos y siento por ellos verdadero horror».

L’Écluse era atlántico, de Arrás, donde, como en Galicia, en la nomenclatura popular de los hongos el sapo desempeña un papel primordial. Sus nombres son pan, sombrero, bonete, escabel... ¡de sapo!

¿Cómo se distinguen los hongos venenosos de los comestibles? En sus comentarios al cap. 23 del Libro VI de Dioscórides, y en su edición de 1548, Mattioli decía que «el práctico conoce los hongos mortíferos porque así que se cortan se corrompen en un momento, y se mudan de diversos colores; Avicena —añade— ya decía que tanto los verdes como los de color violado, todos son venenosos».

La creencia en la toxicidad de aquellos hongos del género de los Boletas, que tienen una molla esponjosa en la cara inferior del sombrerillo y que cuando se parten alteran su color amarillo o amarillento así que se pone en contacto con el aire y se vuelven verdes, azules, etc., es tan general que, en Cataluña, todos ellos se designan con el nombre de mataparents, es decir, mataparientes. Sin embargo, ninguno de estos boletos es capaz de matar una persona normal; aunque nadie los come porque no tienen sabor agradable o porque son coriáceos, indigestos y merecen el repudio general.

A los indicados caracteres alude Lázaro Ibiza cuando nos da aquella «regla» según la cual deben tenerse por «sospechosos» los hongos de coloraciones vivas e intensas, amarillos, anaranjados, rojos, azulados, sobre todo si cambian de coloración cuando se cortan (véase, Lázaro, volumen I, pág. 330). Esta «regla» hay que rechazarla por enteramente falsa. El tenido en Cataluña por el rey de los hongos, por su excelencia (el reig, de los catalanes), es decir, la amanita de los Césares (Amanita caesarea), tiene el som brerito de un hermoso color anaranjado; y no sólo en Cataluña, sino en muchos otros países se considera asimismo el mejor de todos.

Y el que prefieren los barceloneses, que se consume a toneladas en los mercados de la capital, el ro velló o mizcalo, es tan rojo que lo llamaron sanguifluüs.

En cambio, el más temible de los hongos, la Amanita phalloides, tiene color poco vivo, a menudo de oliva encurtida y en ciertos casos enteramente blanco. Cuando se parte, no cambia de color, y sabe y huele bien. Precisamente en ello radica su perversidad.

Tampoco es válida aquella otra regla que recomienda no fiarse de los hongos que derraman leche cuando se parten; precisamente ninguno de estos lactarios es tan nocivo que no lo pueda soportar el hombre normal. Podrá ser mucha su acritud, y esto bastará para rechazarlos. Pero entre ellos se cuentan aquellos rovellons y pinetells que hacen las delicias de los catalanes y que han llegado a pagarse a 100 pesetas el kilo; el Lactarius piperatus,el pebrás, uno de los más estimados en ciertos Estados de Norteamérica; el terrandds(Lactarius controversusy L. vellereus), que los catalanes tratan a puntapiés, pero que, asado, pierde su acritud; la lleterola blanca (Lactarius /uliginosus)y la lleterola roja(L. volemus), que se comen a la parrilla; etc.

Lo nocivo de los hongos son ciertos productos químicos que elaboran, y ningún carácter como no fuese el anáfisis químico y el conocimiento exacto de su especie puede darnos a conocer si un hongo es tóxico o no. No pueden establecerse normas para distinguir los hongos venenosos de los inocuos. Ni siquiera aquellas de antaño, realmente químicas, pero primarias e inservibles, del cubierto de plata o de la cebolla, que hervidos con hongos ponzoñosos se ennegrecerían, y no se alteraría su color si aquéllos fuesen comestibles.

Ningún catalán micófago aceptaría regla alguna para distinguir los hongos buenos <le los malos. Como no sea un incauto, nadie se fía de los hongos que no conoce. Este saber sé há conseguido por cierta querencia de origen remotísimo, que no puede improvisarse. ,

El que no conozca los hongos como distingue un clavel de una rosa, deberá ser prudente y no aventurarse jamás a comerlos, por blancos y hermosos que le parezcan, por buenos que sean su olor y sabor. Pero para distinguir el más temible de todos recuerde sus caracteres, que se describen en la pág. 36 y examine la lámina II, que lo representa.

La micofilia del País Vasco. En la indicada magnífica obra «Mushrooms, Russia and History» se apunta la posibilidad de que la micofilia de los vascos no sea realmente nativa, sino adquirida. El vocabulario vasco de los hongos, dicen los Wasson, es razonablemente rico, pero en su mayor parte consiste en voces prestadas, como si ellos mismos, los vascos, hubiesen sido micófobos en otros tiempos.

Por diversas razones, suponen también aquellos autores que pudieron haber sido los gitanos los que enseñaron a los vascos a comer hongos, posiblemente en colaboración con residentes pirenaicos mieófilos.

Del estudio de la nomenclatura popular de los hongos en las lenguas del mediodía de Francia, deduciríamos que a lo largo de toda la vertiente boreal de los Pirineos se extienden poblaciones micófilás hasta las mismas costas atlánticas próximas.

El grado de micofobia de la península Ibérica. Cataluña y el País Vasco aparte, el grado de micofobia de la península Ibérica nos es desconocido en sus detalles. Para pormenorizar acerca de este tema será menester un estudio pacienzudo, y, sobre todo, visitar las comarcas forestales, preguntar y oir mucho, lo cual, que sepamos, no se ha hecho todavía. Pero, a grandes rasgos, suscribimos la opinión de los Wasson, según la cual, fuera del País Vasco y de Cataluña, toda la Península hay que considerarla micófoba.

Los griegos también eran micófobos. Dioscórides nos habla de los hongos en dos capítulos de su «Materia médica»; en el 84 del Libro IV y en el 23 del VI, este último libro destinado al estudio de los venenos mortíferos y de las fieras que arrojan de sí ponzoña.

En un trabajo publicado en «Collectanea Botanica» en diciembre de 1959, titulado «Una historia de hongos», hemos hecho el estudio del primer capítulo de los indicados y de la manera de reaccionar ante él dos personalidades eminentes de la farmacología renacentista, Mattiofi, en Toscana, país micófilo, y Laguna, de Segovia, país micófobo. Las diferencias entre los comentarios de Mattiofi y los de Laguna son bien manifiestas.

Dice Mattiofi: «Los hongos son conocidísimos de todos; mas, aunque Dioscórides sólo da de ellos dos especies, los buenos y los nocivos, sin embargo, como es bien sabido, hay más y de diversas especies. En Toscana, más fértil que todo el resto de Italia, entre todos los demás ostentan el principado aquellos que llamamos prignoli, que nacen todos los años en abril, con las primeras lluvias; éstos son muy perfumados, de sabor agradabilísimo y sin peligro. Aparte de éstos, se aprecian aquellos que llaman porcini;ya que, puestos primero en agua, y fritos después de bien enharinados, son muy agradables al paladar... Pero los hongos no siempre dañan por ser venenosos, sino, muchas veces, por haberlos comido en demasía; y por ser muy viscosos y gruesos opilan el paso de los espíritus arteriales, y así, alguna vez ahogan. Lo cual, sabiéndolo nuestros aldeanos de Toscana, rarísimas veces los comen sin ajo. En Toscana, los verdaderos porcini, después de hervidos, se guardan con sal y se comen en cuaresma y otros días de vigilia de todo el año. Además de éstas, tenemos varias y diversas especies, como los prataiuoli, turini, boleti Vorcelle, le cardarélle, le manine, gli ordinali, leparigiole, le vescie di lupo y otros más...».

Y comenta Laguna: «Dijo Porphyrio que los hongos y las turmas de la tierra eran hijos de algunos dioses, y esto porque nacían sin simiente, como solemos decir que son hijos de la tierra todos aquellos de los cuales no se conocen padres ni madres. Hace aquí solamente dos diferencias de hongos Dioscóri des, aunque de la una y de la otra dellas se hallan infinitos a cada paso. Todos los hongos, con su cuantidad, quiero decir, comidos copiosamente, despachan, aunque no sean de natura maléfica. Porque, como consten de una sustancia espongiosa y muy rala, embebiendo en sus poros los humores del vientre, se hinchan a manera de espongias, por donde, no pudiendo ir atrás ni adelante, con su bulto comprimen los pulmones y ahogan... Empero, los más saludables o, por mejor decir, los menos dañosos de todos, son aquellos muy olorosos, enjutos, blancos por arriba, negros por abajo, pequeños y apañaditos, que nacen por abril en los prados, con las primeras aguas, llamados en lengua griega boletos, los cuales todavía (léase, sin embargo), por bien que los guisemos y disfracemos, no carecen de vicio. En suma, podremos, generalmente y sin escrúpulo, pronunciar de todos los hongos lo que respondía cierto villano zafios vendiendo en Madrid lobitos, a cualquiera que le rogaba le escogiese uno bueno: Dad al diablo el mejor de todos. Porque el menos infame, dellos es frígidísimo y se convierte en humores gruesos y pegajosos, de los cuales vienen a hacerse infinitas opilaciones y muy graves inconvenientes».

Cuando en el Libro VI de la «Materia médica» de Dioscórides, destinado a los venenos mortíferos, se llega al cap. 23, que trata de los hongos, Andrés de Laguna insiste en su criterio atlántico segoviano en los siguientes términos:

«Todos los hongos, generalmente, por escogidos que sean, si se comen sin discreción, quiero decir en grande abundancia, dan la muerte ahogando; porque, como sean de su naturaleza espongiosos, luego que entran en el estómago embeben en sí todos los humores que hallan, con los cuales se hinchan y dilatan de tal manera, que no pueden ir a tras ni adelante, y ansí es necesario que compriman los instrumentos de la respiración, y por este respecto, impidiendo el anhélito, ahoguen. Allende desto, hállanse particularmente algunas suertes de hongos que, no sólo con su cuantidad, empero también con su cualidad venenosa despachan; y de aquesta natura son todos los hongos verdes, los azules y los violados, porque no solamente se hinchan comidos, empero también se corrompen, y, corrompiéndose, corroen el vientre y los intestinos, y a la fin arrancan el ánima con cient mil ansias y angustias. Por donde el verdadero remedio de aquestos es no gustarlos, sino tenerlos siempre por sospechosos, pues traen la muerte consigo. Mas, la malignidad de los otros, que con sóla su cuantidad demasiada ofenden, se puede corregir con cocerlos primero mucho en tres o en cuatro aguas, hasta que se hinchen todo lo que pueden hincharse; y después de freirlos bien con aceite y adobarlos con pimienta, sal y vinagre, y, finalmente, en siendo desta suerte guisados, dar en un muladar con ellos, porque ansí, yo fiador, que no ofendan...».

Los terribles envenenamientos por hongos. Como ya advertía Dioscórides, hay hongos que matan con sus venenos; no ya, como en su tiempo se decía, por hincharse en las entrañas del que los comió en demasía hasta ahogarlo.

Pero los hongos capaces de matar a un hombre normal no son pléyade, sino unos pocos, y en Francia, y probablemente en toda Europa, el 95 % de los envenamientos mortales hay que achacarlos a la amanita faloide (pág. 36). En todo caso se trata de gentes desconocedoras de los hongos, que, tanto entre micófilos como en un país de micófobos, pueden sentirse ilusionadas por una flota de aquellas amanitas recién abiertas, tiernas y de buen ver, las cuales, guisadas, huelen bien y saben mejor.

Lo mismo que en España, en Francia conviven países micófilos, como los del Mediodía, y países micófobos, como los de las costas atlánticas. Pero tanto en unos como en otros ocurren desgracias terribles todos los años. Sólo durante el otoño de 1912, en Francia fallecieron 100 personas por haber comido amanitas.

He aquí la narración telegráfica de uno de estos accidentes, que tomamos, al azar, de nuestro archivo. El día 31 de octubre de 1957 lo refería la prensa de nuestro país. La noticia venía de Bemay, en Nor

Por lo general, durante la otoñada, el TBO, decano de la prensa moderna para la juventud, publica historietas alusivas a las setas, como esta aquí reproducida: «En el paraíso de los hongos», que firmó Beneján, el célebre dibujante menorquín de dicha revista, creador de los episodios de la «Familia Ulises». Apenas se podría imaginar costumbre parecida de no publicarse el TBO en Cataluña.

mandía, y decía así: «Cuatro de los cinco hijos de una misma familia murieron mientras sus padres se encontraban gravísimos por haber comido setas venenosas. Las setas, identificadas como Amanita pha lloidesy fueron cocinadas por la señora Paul Deboai, de 36 años, y las sirvió para cenar a su marido y a cuatro de sus cinco hijos. Franck Deboai, de 17 meses, cayó enfermosa primera hora del lunes y falleció en pocas horas. El señor Deboai, su esposa y los otros tres niños fueron hospitalizados. Los niños han muerto hoy. Solamente el más joven de ellos, Nan, que solamente cuenta 5 meses de edad, no comió, como es natural, las setas, y ello le salvó la vida».

A pesar de su micofilia, en Cataluña casi todos los años ocurren envenenamientos. Pero las gentes de Santa Coloma de Farners todavía recuerdan uno realmente espeluznante, ocurrido cerca de allí, en Brunyola hace cerca de treinta años. Según nos refirieron, la nuera de la casa, que era de Vic, cogió las setas al pie de unos avellanos; y, al preguntarle sus familiares si las conocía bien, respondió que en su tierra las comían. Murieron el suegro, el marido de la nuera, que era médico; otro hijo, agricultor, dos familiares más, que vivían en la misma morada, un mozo y la criada. Murió asimismo el perro de la casa. Se salvaron una hija, que, desde entonces quedó muy delicada; y la nuera, que, por estar encinta, vomitó los hongos; pero sobre ella recayó la mayor pesadumbre de la tragedia.

A primeros de octubre de 1949, y en tierra de micófobos, en Villaverde, cerca de Madrid, ocurrió otro doloroso caso. Era un matrimonio joven, con tres hijos: una niña de 7 años, y dos niños, uno de 4 y otro de 3. El padre, que nunca había cogido hongos, los colectó en cantidad bastante para comerlos todos, hasta hartarse de ellos, en la cena. Toda la familia pasó bien la noche; hasta tal punto, que los padres desayunaron con las setas sobrantes de la noche anterior. Por la tarde* es decir; a las 20 horas de haber tomado las primeras setas, se presentaron los primeros síntomas de envenenamiento, característicos de la intoxicación por la Amanita phalloides. El padre y la niña fueron las primeras víctimas; la niña murió al ingresar en el Hospital Provincial de Madrid, en la habitación del médico de guardia; y el padre a las once de la noche del tercer día. La prensa dejó de hablar de este caso y desconocemos la suerte del resto de la familia.

Véase la descripción de esta amanita en la pág. 36, y la lámina II. Y si el lector sabe evitar este hongo habrá esquivado el mayor peligro que se cierne sobre los comedores de setas que no saben lo que engullen.

Recolección de hongos. Los hongos medicinales ya referiremos cómo y cuándo deben colectarse. Pero tanto para uso farmacéutico como por las necesidades culinarias, según decía Texidor «Flora farmacéutica», pág. 311), «si bien no han de ser colectados cuando están aún muy tiernos, es útil cogerlos así que llegan a su completo desarrollo, sin esperar demasiado, pues son aún más sabrosos antes que después, ya que en su carne disminuye la consistencia, es menos grato el sabor, se ennegrecen y aun descomponen, pues con facilidad entran en putrefacción, y, en este caso, los individuos.de especies cor mestibles se hacen venenosos».

En el decano de la prensa moderna para la juventud, el «TBO», ya en el 45 año de su fundación, hace unos años apareció la historieta que publicamos adjunta, original de su famoso dibujante Beneján, cuyo titulo es «En el paraíso de los hongos». Durante la otoñada, casi todos los años, en la propia revista vemos alguna historieta sobre el mismo tema, la cual apenas se podría imaginar de no publicarse el «TBO» en Cataluña.

Aparte, pues, las sustancias tóxicas que algunos hongos elaboran en su seno, el defectuoso estado de conservación puede convertir en ponzoñosas las especies que han entrado en podredumbre. De la colina, por ejemplo, puede haberse originado neurina, una ptomaína muy tóxica. Por tanto, no sólo es necesario conocer las especies destinadas a la cocina, sino procurar que estén en buen estado de conservación y que huelan bien.

¿Qué son los hongos? Los hongos constituyen una clase de vegetales que se distinguen por un carácter negativo de gran importancia: carecen de clorofila. Es decir, que, incluso cuando toman color verde, no es por aquel pigmento de tanta trascendencia en el reino vegetal. Los vegetales con clorofila, por simple o sencilla que sea su organización, se bastan a sí mismos; esto es, que con el gas carbónico contenido en el aire, con las sustancias minerales de las aguas o del suelo en que viven y con la propia agua tienen asegurada su vida, a condición de que no les falte la luz ni cierto grado de temperatura.

En tales condiciones, la luz facilita a toda suerte de plantas con clorofila la posibilidad de realizar una operación química fundamental: la de combinar entre sí el agua y el gas carbónico hasta formar almidón. Y luego, contando con el almidón, que se compone de 3 elementos, a saber, carbono, oxígeno e hidrógeno, el vegetal puede añadirle otro, el nitrógeno, y formar los llamados productos cuaternarios. Así se realiza la llamada asimilación, porque estos productos cuaternarios ya son semejantes o similares a los que componen la materia viva. Entonces, a la planta no le hace falta sino incorporárselos, y, haciéndoselos suyos, el vegetal aumenta de volumen y de peso, crece y se desarrolla.

Aquel primer paso, que consiste en la elaboración de productos ternarios, como el almidón o fécula, no puede darlo el hongo porque no posee el precioso talismán de la clorofila, capaz de obrar el milagro con la sola presencia de la luz y de una temperatura adecuada.

Por esto, a los hongos no les es posible vivir con sólo agua, aire y sustancias minerales, sino que requieren la existencia de materia orgánica preformada. A este respecto viven como los animales, que necesitan de materias vegetales o de otras, animales, para vivir a su costa. Estas materias las encuentran las setas en aquella tierra negra o parda que forma el mantillo de bosques y prados, donde se pudren restos orgánicos de todas clases.

Pero contando con esta base de sustancias orgánicas, los hongos se desenvuelven como otro vegetal cualquiera, a condición, naturalmente, de que no les falte el agua y el grado conveniente de calor.

En cambio, así como las plantas verdes no podrían vivir sin luz, los hongos son capaces de medrar en la más completa oscuridad. A la seta de prado, el camperol de los catalanes, que en francés es elcham pignon por excelencia, se la puede cultivar en las cuevas más oscuras, en galerías mineras abandonadas, en cualquier lugar recóndito, pero a poder ser, templado y con cierto grado de humedad.

En tales condiciones, el hongo asimila, se incorpora las sustancias asimiladas, crece, se desarrolla y constituye un laboratorio químico individual como todo cuanto vive en la Tierra.

Forma de los hongos. Hay hongos sumamente sencillos, que sólo se componen de una célula: un grumito microscópico de materia viva envuelto en una membranita hecha a medida. Tales son, por ejemplo, las levaduras.

Pero, las más veces, el hongo propiamente dicho se compone de unas tenues hebrillas más o menos prolongadas, constituidas por elementos celulares puestos en fila, y al propio tiempo ramificadas en mayor o menor grado. Los hongos que vemos en los montes a flor de tierra, es decir, toda clase de setas, comestibles y no comestibles, carecen de las raíces que sostienen habitualmente las plantas verdes. Pero si se levanta la seta con cuidado, sobre todo si el mantillo está en su punto, suelto y ligero, por debajo de aquel pie que sostiene el sombrerito de los hongos se extiende, a modo de telaraña, cierta trama de filamentos sumamente sutiles y livianos. A menudo, estos hilillos reúnen elementos de la seroja o se los ve discurrir entre la hojarasca húmeda, para profundizar luego y escurrirse más allá, a veces en grandes extensiones. No se necesita ser un lince para advertir que el conjunto de tales hebras ha de ser forzosamente la base vegetativa del hongo en cuestión, que recibe el nombre de micelio.

Aparatos reproductores. Cuando un moho cualquiera prolifera y se extiende sobre la vianda abandonada, aquella maraña afelpada constituida por sus filamentos es también el micelio del moho, del cual, cuando ha llegado a sazón o las condiciones en que vive le impelen a ello, produce otros filamentos empinados y de crecimiento limitado, en los cuales se forman las diminutas simientes de los hongos, que no son semillas, sino esporas, generalmente simples células destinadas a la multiplicación. :

Las setas que se crían en el monte son también los aparatos reproductores de los hongos respectivos, de organización muy compleja, pero también con esporas capaces de reproducir el hongo; sólo que el micelio, en este caso, por desarrollarse bajo tierra, pasa inadvertido de los transeúntes. Pero el aficionado que sabe exactamente dónde cogió ciertas preciadas setas vuelve más tarde al mismo sitio, y a menudo, si el tempero se dio bien, encuentra más allí mismo, de la misma especie, naturalmente, porque el vegetal que las produce vive en aquel lugar preciso, y mientras su desarrollo no sufra tropiezos va dándolas unas tras otras. Estas visitas a un mismo lugar, como si el aficionado viera en él lo que no perciben los inadvertidos, pueden repetirse con éxito al año siguiente, porque el micelio no desaparece ni con los fríos invernales ni con la sequedad estival. Se acoquina, desde luego, pero es capaz de revivir en época propicia, cuando se restablecen el calor y la humedad adecuados. El acoquinamiento de los hongos les salva de perecer ateridos por las grandes heladas o, en la reciura de las sequías estivales, por falta de agua. Para revivir, requieren cierto tiempo, y, sobre todo, para organizar sus complicados aparatos reproductores.

Éstos no pueden improvisarse. Cuando se dice de ciertos personajes que han aparecido como los hongos, porque se encumbraron en un santiamén, la comparación va en perjuicio de los hongos; ya que si éstos, es decir, sus aparatos reproductores, en una palabra, las setas, parecen formarse en una noche, la realidad es otra, porque necesitaron muchos días para hacerse. En el clima sudeuropeo de fines de verano, a partir de las lluvias decisivas del mes de agosto, que permiten rehacerse al micelio, la que podríamos llamar empolladura de los hongos requiere alrededor de tres semanas, durante las cuales el micelio, recobrado, vuelve a la vida activa, alarga sus filamentos, se ramifica, acumula reservas nutricias en determinados puntos, y, cuando estas reservas son bastantes, organiza allí mismo, en puro esbozo, la seta respectiva. Si todo queda así preparado, y bajo tierra, con sumo recato, la eclosión ya es cosa de coser y cantan bastará una noche de bonanza o la humedad de un relente decisivo para que a la mañana siguiente y como por arte de encantamiento aparezcan los hongos con tanta rapidez, como aquellos figurones a que hemos aludido.

Clasificación de los hongos. Aquellas 2 especies de hongos de que nos habla Dioscórides, los buenos y los malos, tanto Mattioli como Laguna ya advirtieron que no podían comprender la diversidad de estirpes que el menos sagaz de los observadores era capaz de advertir en los montes y prados. Unos 200 años después, en 1753, Linné describió 86 en la primera edición de sus «Species plantarum». Pero a partir de la publicación de la «Synopsis methodica fungorum», de Persoon, en 1801;y, sobre todo, del «Systema mycologicum», de Fries, en 1821-1832, el análisis de las estirpes fúngicas se fiie haciendo cada vez más preciso; y con la perfección de los estudios microscópicos se logró discernir detalles antes inadvertidos para diferenciar y distinguir las especies, hasta tal punto, que, en la actualidad, los especialistas han reconocido la existencia de 50.000. Y habida cuenta que gran parte de ellas vive parasitariamente sobre las más diversas plantas floríferas, muchas de las cuales tienen su honguillo propio, bien se echa de ver que dicha suma podrá aumentar todavía más.

En la actualidad, la clasificación de los hongos se hace principalmente atendiendo a su manerá de multiplicarse o reproducirse; y sobre todo si se trata de hongos de los que dan setas. Rara veces tienen importancia discriminativa los que conciernen a su micelio.

Sobre todo, los caracteres que distinguen los hongos agaricáceos, es decir, los que traen laminillas radiales en la cara inferior del sombrerito, son difíciles de aquilatar. Así, las 80 o casi 80 especies de rúsulas encontradas en Cataluña con frecuencia no se distinguen sino por sutilezas. El pie de las rúsulas, dice Heim, comúnmente es blanco; «sin embargo —añade— un ligero tono rosado, violáceo, ocre o sanguíneo a veces alegra o ensombrece la blancura del estípite. Esta señal tiene su valor, y es preciso tomar buena nota de ella: porque un carácter, al parecer liviano, puede tener importancia discriminativa. Éste es el caso tratándose de rúsulas; por ejemplo, el pie de la Russula gracilima siempre nos muestra cierto tinte rosado. A veces, cuando se coge, la rúsula lo tiene blanco, pero las magulladuras o el envejecimiento modificarán su blancura. El de la versicolor amarilleará en su base; el de la depaletisse volverá completamente gris, tanto en la superficie como en lo interior de la carne; al paso que la seperina se enrojecerá rápidamente».

Los vegetales que constituyen la clase de los hongos se dividen en las tres subclases siguientes:.

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